Venecia se muere de éxito agobiada por las masas de turistas que obligan a los nativos a huir para vivir en otros lugares. Cuando era embajador en Roma miraba por la ventana para armarme de valor antes de atreverme a cruzar la Piazza di Spagna, atestada de turistas que seguían mansamente a guías que enarbolaban paraguas de colores mientras miraban disciplinadamente a derecha o izquierda según se les ordenaba en cada momento. La alcaldesa Ada Colau acaba de advertir sobre la saturación del barrio gótico de Barcelona y lo mismo ocurre en otros lugares del planeta bendecidos/ maldecidos por la bendición/maldición del turismo de masas. Porque todo lo bueno puede acabar siendo malo si se desmadra, como parece estar ocurriendo con un fenómeno que no para de crecer en paralelo al desarrollo de las clases medias en el planeta.

En el siglo XVIII solo algunos aristócratas británicos se arriesgaban al Grand Tour que les llevaba a una Italia puesta de moda por los descubrimientos de Pompeya y luego volvían a Londres con cuadros de Canaletto, Guardi o Van Vitelli, las famosas vedutte, antecedentes de las tarjetas postales. Hoy los viajeros somos millones y eso que solo hacemos turismo los europeos y americanos (y los japoneses) pues la reciente marea de turistas rusos se ha visto frenada por la mala marcha de su economía, lastrada por el precio del petróleo y por las sanciones impuestas tras la anexión de Crimea. Pero será algo coyuntural y los rusos volverán a viajar más pronto que tarde mientras apunta en el horizonte el turismo chino. ¿Se imaginan lo que será el día que indios y chinos, 2.500 millones de personas, se pongan a viajar en agosto? Y aún faltarán los africanos...

Baleares es un monocultivo turístico pues el turismo representa un asombroso 85 del PIB, lo que indica al mismo tiempo una fuerte y peligrosa dependencia. Por eso son bienvenidas reuniones de reflexión como el Foro Turismo Plus, celebrada esta semana, donde los temas estrella han sido el impuesto turístico y los alquileres no declarados de viviendas turísticas. Son asuntos importantes pero no los más importantes. Lo realmente importante aquí es la masificación de Baleares, algo que preocupa cada vez más a la ciudadanía como muestra el reciente Ecobarómetro.

El Estatut de Autonomía dice en su artículo 11 que la Comunidad Autónoma se reserva la competencia exclusiva en «la ordenación y planificación del sector turístico», y el Plan de Ordenación de la Oferta Turística, elaborado por el Consell de Mallorca con fecha de 2 de junio de 2008, reconoce «la necesidad de la preservación del medio ambiente» como principio inspirador (artículo 3-2). Estas son las palabras claves que deberían centrar la reflexión: masificación y medio ambiente, porque la raíz última de la riqueza balear no es el turismo ni los hoteles, son los paisajes, las playas y el clima, junto a la belleza de las ciudades. Hay que preservarlos por encima de todo y por eso en mi opinión habría que destinar la llamada ecotasa a cuidar el medio ambiente balear pues eso es algo que revertiría en beneficio de todos... A empezar por los propios empresarios del sector.

La pregunta hoy es: ¿pueden en Baleares seguir recibiendo más y más turistas? ¿Es sensato acoger cinco cruceros de descomunal tamaño en un solo día? ¿Puede el aeropuerto recibir a más pasajeros cada año? Y si es así, ¿hasta cuándo? ¿Cuántos caben en las islas sin estorbarse unos a otros? Basta pasear por las calles de Palma para observar las incomodidades que las masas de turistas provocan (especialmente en días nublados), la cantidad de sombrillas y chiringuitos (a veces con música estridente) que impiden caminar relajadamente por las playas, los aparcamientos saturados... por no hablar de los precios de la vivienda que impiden a los jóvenes adquirirlas en municipios turísticos donde alcanzan precios imposibles para bolsillos locales. Pregunten, si no, a los jóvenes de Deià. ¿No ha llegado el momento de pensar en reducir el número de visitantes, buscando menos número con más poder de gasto? ¿O aprovechar este momento de vacas gordas, en años turísticos extraordinarios, para sentar las bases de fuentes alternativas de riqueza? Y ya que estamos, ¿no debería estar en Mallorca y no en Montreux la mejor escuela de hostelería del mundo?

Por eso creo que tenemos el derecho y el deber de preguntarnos lo que de verdad es importante: adónde vamos y adónde queremos ir, si deseamos más turistas cada año o preferimos un modelo basado en la calidad más que en la cantidad, si queremos un turismo concentrado en agosto o desestacionalizarlo dentro de límites sensatos para mantener empleos no puramente veraniegos, en definitiva, si queremos un turismo sostenible y compatible con la preservación del medio ambiente que es su mejor reclamo. Nos va en ello el futuro de nuestra tierra, la que dejaremos a nuestros hijos, y de nuestra economía.

Por eso animo al Gobierno a promover un amplio debate ciudadano y de instancias sociales con vistas a elaborar un estudio sobre el tipo de desarrollo turístico que queremos y a tomar luego las medidas legislativas oportunas para que este se adecue a lo que nos conviene, en lugar de dejarse ir y permitir un crecimiento descontrolado con una aparente visión cortoplacista del beneficio inmediato, que arriesga matar la de los huevos de oro. Sé que lo que propongo parece más propio de otras latitudes pues los españoles no somos proclives al debate sereno y sin descalificaciones. Pero no pierdo la esperanza pues no otra cosa es democracia y no otra cosa es gobernar.

*Diplomático