Tal sonata de otoño de Valle-Inclán suena una Málaga viéndose reflejada en los charcos de lluvia que los cruceristas -más de 13.000- chapotearon ayer tras sus pasos por el Centro Histórico, dejando, bajo un cielo plomizo y acogedor, un impacto económico de más de medio millón de euros en una única jornada con diversos atraques. Me pregunto la percepción obtenida por tal número de visitantes de esta ciudad atrapada por la apología de la necesidad. Erasmo de Rotterdam, el humanista más renombrado en la tardía Edad Media, en su ensayo Elogio de la locura, nos invita a pensar sobre la quimera de la razón y a considerar una circunstancia: nunca se aprende tanto como cuando se enseña lo ridículo. El filósofo y teólogo neerlandés relata puntualmente las ventajas de la demencia sobre el raciocinio, vanagloriándose satíricamente de sus muchos beneficios repartidos entre todo tipo de personas. Este amigo de la evidencia nos sugiere «dondequiera que encuentres la verdad, considérala». ¿Qué certeza vemos cotidianamente? Con un gran angular, el más grato, Málaga se va encuadrando como una urbe moderna; pagadora a sus proveedores; constructora de hoteles, captadora de turismo; Capital Europea del Deporte 2020, creadora de una oficina gratuita de asesoramiento a empresarios€ Si ampliamos la distancia focal e incorporamos un objetivo ojo de pez, superando los 180º grados y abarcando toda la superficie de la exposición, contemplamos un espacio de incertidumbre continua; de obras interminables; de incredulidad hacia los políticos; de puertas giratorias abiertas continuamente para los cargos públicos; de deficientes infraestructuras€ Erasmo nos recuerda: «La existencia más placentera consiste en no reflexionar nada». No podemos subsistir encomiando al delirio. Discurran. Razonen por el bien de la ciudadanía.