Aunque no pocos gestores dedican bastantes horas del día a reivindicarse como los primeros en la defensa de la libertad de la cultura en Málaga y los gurús de su actual boom, la verdad es inapelable: el salto cualitativo, el cambio de actitud y el ejercicio de autoconvencimiento de que podíamos ser ambiciosos en las cosas de la cultura se produjo cuando el Museo Picasso Málaga abrió sus puertas. Sólo a partir de entonces nos permitimos soñar con ser Capital Cultural Europea y con tener un puñado de museos nuevos como gran atractivo turístico -la cultura puede generar dinero, ser un importante activo económico... ¡Quién lo iba a decir hace unos años!-. Y es que el regreso de Pablo Picasso a su tierra, aparte del componente simbólico y, por qué no decirlo, chauvinista, significó un cambio de paradigma.

En sus primeros años, el Museo Picasso Málaga fue acusado de ser un islote que miraba con ciertos aires de superioridad y desconexión con su entorno -siempre decimos lo mismo de todo lo francés; ay, el complejo de inferioridad...-, pero, afortunadamente, ya no podemos imaginar nuestra ciudad sin la pinacoteca. Ésa, y no otra, es la prueba irrefutable de la bondad de cualquier cosa. El arte puede transformar todo lo que toca -de hecho, es su cualidad más genuina-, y hoy, doce años y un día después de la apertura del Picasso, no cabe la menor duda de que el futuro de Málaga, en muchos sentidos, empezó a escribirse un 27 de octubre de 2003.