La semana pasada tuve la suerte de presentar a algunos jóvenes el testimonio de vida de los mártires Maristas. Más allá de los valores cristianos, vitales en la vida de los seis hermanos que dieron la vida en 1936 por sus ideales, a las nuevas generaciones les llama la atención que hubiera gente capaz de morir por defender aquello en lo que creía y lo que daba sentido a su vida. Seis maristas murieron hace casi 80 años defendiendo sus creencias, sus ideales y -alguno- habiendo podido salvarse. Estamos muy necesitados de héroes en estos tiempos. Ahora, que lo más fácil es cambiar de chaqueta que defender lo nuestro, esto de que te cuenten la historia de una comunidad de cristianos que prefirió morir a malvivir, te remueve.

Me dio por leer y hablar sobre el hermano Guzmán, que fue director del primer colegio de los Maristas de Málaga cuando la comunidad estaba en calle Fresca, al lado del Palacio Episcopal. Este sábado el obispo Catalá presidía la misa que recordaba a los seis mártires; en 1931 Guzmán ayudaba a su amigo el obispo y beato Manuel González a escapar de las hordas que pretendían prenderlo y torturarlo. Guzmán llegó a Málaga en 1924 y se hizo con el favor de todos, desde las altas clases de la época hasta lo humildes pescadores de El Palo. Los paleños, precisamente, pudieron salvar a Guzmán en el 36, pero él prefirió mantenerse junto a sus hermanos en su comunidad, sin renunciar a sus valores ni a sus creencias. El testimonio de vida de este hermano no es el único llamativo, tampoco hay que olvidar a otros que, siendo o no cristianos, dejaron su vida por aquello en lo que creían. Casi no podemos imaginar que esto ocurra hoy en nuestro entorno. Hoy apenas tenemos héroes capaces de dejarse la vida por hacer el bien, por creer en lo suyo.