Lo peor de los imitadores es que solo cargan con los defectos de aquellos a quienes imitan, de ahí que cualquier imitación sea una más o menos sutil caricatura, pero caricatura al fin y al cabo, un boceto de trazo grueso que nunca se aproxima realmente al original.

Ahora, con esta costumbre de desvirtuarlo todo que tiene nuestra catetísima modernidad, hay quienes han puesto en marcha las «comuniones civiles», después de lo cual han puesto la sonrisa en primer tiempo de saludo esperando el aplauso.

La Primera Comunión es una celebración religiosa arraigada fuertemente en la sociedad, pero no puede estarlo hasta el punto de que una sociedad que se quiere laica se la arrebate por la fuerza a la Iglesia Católica. La Primera Comunión es una versión cristiana del rito judío del Bar Mitzvá (para varones), o del Bat Mitzvá (para mujeres). En el mundo judío, el Bar/Bat Mitzvá no es algo que «se hace», sino que es un estado que se alcanza a la edad en que se considera a la persona como responsable de sus actos (doce años y un día para las mujeres, trece años y un día para los hombres). Los católicos, por su parte, constituyeron la Primera Comunión en un sacramento mediante el cual los niños, «llegados a la edad de la discreción», renovaban sus promesas de bautismo.

Con el tiempo, el hecho sacramental se ha ido quedando al margen hasta el punto de que la Primera Comunión suele coincidir con la última, degenerando en una mera celebración social en el que la familia exhibe, la mayoría de las veces impúdica y soezmente, su nivel social y económico. Ya no es una «incorporación» al estatus de adulto dentro de la comunidad, sino una demostración de cuánto dinero puede gastarse una familia en trajes, convite y regalos.

Es un tanto psicótica esta obsesión social por ir contra la Iglesia Católica y, al mismo tiempo, querer apropiarse de su liturgia. Si llegamos a la conclusión de que la religión es un hecho privado y no debe tener un reflejo en la educación y en las instituciones, deberíamos revisar esa obcecación por cumplir con los ritos aunque creamos que han sido descafeinados. Si lo que queremos es hacerle una celebración a la niña porque ha cumplido diez años, que los amigos y los titos dejen la tarjeta de crédito temblando en abierta competición para ver quién aporta el regalo más caro, y finalmente acabar en Eurodisney, nada nos impide hacerlo en privado. Pero si al mismo tiempo queremos que la Iglesia Católica respete las reglas del juego de un Estado aconfesional y deje en paz nuestras instituciones, en justa reciprocidad deberíamos dejar en paz sus rituales y aceptar que tienen derecho a que nadie se los caricaturice sin compasión para que la niña se vista de novia enana.