Ha sido una gran semana turística para Málaga. Sin datos económicos confirmados, más allá de la previsión millonaria de los especialistas, a los comerciantes y hosteleros del Centro se les dibujaba el símbolo del euro en sus miradas ante la avalancha crucerística que se espera se haya vaciado los bolsillos estos días en los que han recorrido, como manadas de ñus pateándose la Sabana, las calles de Málaga. Hasta 30.000 cruceristas en dos tacadas. El martes y el jueves, llegaban a la Costa del Sol después de días de surcar el Mediterráneo de forma plácida, tostando al sol en cubierta sus rostros y mostrando sin pudor sus calcetines blancos aprisionados entre unas chanclas que ya deberían estar metidas en el armario. Aunque sea en el del camarote. Justo la semana antes de que comience la World Travel Market de Londres, cita turística de alto copete en el calendario europeo, y en los días previos a un puente de Todos los Santos que espera unas buenas cifras de ocupación, hasta dieciséis embarcaciones de más o menos lujo han pasado por la capital de la provincia capitaneados por el crucero más grande del mundo, el «Allure of the Seas», al que muchos curiosos fueron a despedir el martes por la noche.

Pero el jueves por la noche llegó a Málaga otra embarcación. Más pequeña que un crucero, de menos lujo pero mucho más llamativa. Su casco de color naranja no pertenece a Royal Caribbean ni a la naviera MSC. Su tripulación viste un uniforme bien distinto al de la del «MSC Orchestra» o a la del propio «Allure». Y su tripulación, desgraciadamente, no computa ni computará nunca para engrosar las listas de visitantes turísticos que cada año hinchan el pecho de los representantes políticos e institucionales de la Costa del Sol. No los recibieron autobuses para llevarlos a la calle Larios. No pisaron el Muelle Uno ni se tomaron una cervecita al sol junto a la Catedral. Llegaron 15, porque no pudieron llegar 54. No calzaban calcetines blancos pero seguramente matarían por tener un par en sus morenos pies, aunque fueran esos horribles con las dos raquetitas. Cruzaron al mismo tiempo las mismas aguas del Mediterraneo y, ¿saben qué es lo peor de todo? Que probablemente el billete hasta la muerte les costó lo mismo que a cualquier tripulante de un crucero de lujo... o incluso más.