Los Pujol desfilan por el juzgado en una imagen impensable hace unos años. El otro día leí a quien hablaba de que, tras varios años de investigación, al clan le habría dado tiempo a destruir, una por una, las pruebas que les incriminarían en tan insidioso escándalo fiscal y de corrupción. La historia deja tocada a uno de los intocables de la Transición, aunque el 3% de Mas y los suyos ha proyectado una sombra tan alargada sobre el alocado proceso independentista que lo de Pujol, a su lado, parece una broma. Ahora sí que sabrá lo que es la Udef (Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal de la Policía Nacional), una sección especializada a la que aquí en la Costa del Sol hemos visto reventando ayuntamientos unas cuantas veces. Ahora, los de siempre dirán que la corrupción no está tan extendida como parece (¡no que va!), y que todo esto es una respuesta de un Estado represivo y centralista que no ha sido capaz de mimar a sus hijos díscolos que, al fin y al cabo, lo único que pedían era más atención en forma de concierto económico primo hermano del de Navarra y un saquito de competencias más. Lo cierto es que el argumento se cae por su propio peso, sobre todo después de haber visto a todo un ex vicepresidente primero del Gobierno como Rodrigo Rato dando explicaciones por las cuentas que tiene repartidas en paraísos fiscales distintos, o el desfile de sinvergüenzas pasando por las puertas de los juzgados de Sevilla para dar explicaciones sobre esos expedientes de regulación de los que ahora nadie sabe nada o de esos cursos de formación en los que se jugaba con las ilusiones de los parados prometiendo un empleo, al final del módulo educativo, que nunca llegaba. Ya lo dijo el juez Miguel Ángel Torres en varias conferencias: la corrupción socava los cimientos, los pilares maestros de la democracia, altera las reglas del juego económico y acaba pudriendo el interior del sistema, convirtiéndolo en un andamiaje estéril sin solución ni respuestas para nada ni para nadie. Pero hete aquí que parece que no aprendemos y siguen saliendo casos y casos como si no hubiera mañana, retrato de una época de vino y rosas que nos dejó a todos exhaustos por el baile hasta altas horas de la madrugada, y, pese a ese bagaje, seguimos enviando a las instituciones a personas que, envueltas en la inmaculada pátina de respetabilidad de los nuevos partidos, siguen marcando el ritmo como los de antes. O los ciudadanos espabilamos o tendremos muchos más serones por ahí, dirigiendo un ayuntamiento después de haber sido condenado por corrupción. Lo de Pujol es el síntoma de que ya no queda nada que respetar, porque había demasiada gente en el ajo.