Hasta qué punto uno debe de estar aburguesado y mimado para afirmar que en toda esta confusión abarcable estamos cerca de declarar el Estado de excepción. Las imágenes que nos llegan de Alepo a través de telediarios muestran una lluvia otoñal muy diferente a la que ha caído estos días sobre Málaga. Bombas y misiles rusos golpean a supuestos terroristas. Muchos de ellos por debajo del metro de altura. Los refugiados recorren miles de kilómetros en busca de paz y trabajo. Pero en España hay muchas personas que no son capaces ni de levantar su culo para ir a la vuelta de la esquina. Sin embargo, hay una parte de la población en la que se ha instalado un miedo infundado. «Si no hay ni para los de aquí» o «por qué no los acoges en tu casa» son las frases que resumen las reflexiones de alto contenido intelectual en las que se basa la fobia al refugiado. De todos los desvaríos que se pueden pronunciar en la barra de un bar, estos son de lo más siniestro que he escuchado recientemente y en repetidas ocasiones. Incluso, supuestos ciudadanos de Dios, ungidos por sus credenciales eclesiásticas como el cardenal Antonio Cañizares, ven en la llegada de refugiados a Europa una invasión silenciosa de atracadores y violadores. En manos de todos los ciudadanos europeos a los que les quedan dos dedos de frente, está la labor de romper ese círculo vicioso que se está reproduciendo en los cerebros de muchos, y para los que no existe otra justificación que el pánico a lo desconocido. Todavía estamos a tiempo de poner en equilibrio lo que, en algún momento de desaprobación con la propia naturaleza del ser humano, se ha desequilibrado. Lo que está en juego, además de miles y miles de vidas, es nuestra propia credibilidad como raza que presume de estar por encima del animal. Esas personas que salen con lo puesto de sus casas para jugarse la vida en una travesía incierta, tienen problemas muy distintos a los nuestros. Muchos de ellos, adolescentes, cargan con la misión de garantizar la supervivencia de sus seres amados que se quedaron atrás. Está claro, los refugiados que llegan aquí tienen que integrarse en nuestra sociedad. Pero, por favor, no hagamos como si en España lleváramos siglos siendo la capa más abierta y tolerante de todas las civilizaciones. Nosotros no tenemos ningún motivo para quejarnos. Los que tienen que huir de la guerra y de la miseria, sí.