Se nos olvida que vivimos dándole la espalda al mar hasta que él mismo nos lo advierte. También en verano, cuando caemos en la cuenta de que esa masa de agua está ahí porque nuestras propias mierdas flotan y nos incordian al mismo nivel en que lo hacen las medusas.

-Qué asco, una caca.

-Es tuya, gilipollas.

Esta vez el levante ha avisado con delicadeza, sin lastimar a nadie. Como la exhibición del culturista sonriente que no necesita golpear a su rival para presumir del poder de sus músculos. Unas pocas horas le han bastado al mar de Alborán para dejar en pelotas a una decena de playas y recordarnos quién manda de verdad en la barra del chiringuito, la piedra angular sobre la que se ha levantado nuestro burdo e insostenible sistema productivo.

Pero menos tiempo hemos necesitado nosotros para olvidar el temporal arrojando a escondidas el aceite de la fritanga por el retrete, exigir que alguien pague los platos que ha roto nuestra ignorancia y pedir que nos mal sirvan cuanto antes el gin-tonic más hortera con el que nos haremos un selfie junto a una ola gigante capaz de partirnos por la mitad.

Por no hablar de los que han visto en la tempestad un filón electoral que ni llovido del cielo. A mes y medio de las elecciones generales, unos denuncian desde una orilla que no se invierte en el litoral como cuando ellos estaban en el poder, y los aludidos, desde la otra, se aprovechan de una institución pública para dar un mitin atropellado de proyectos que unos y otros han dejado pudrirse en el cajón durante tantos años que hasta han tenido que actualizarlos y revenderlos a la baja justo cuando las urnas enseñan las orejas.

Al menos nos quedan los técnicos, que, si no mienten, todavía son capaces de decir sin pestañear que el 40% de las playas del litoral de la Costa del Sol sufren las consecuencias directas de un proceso urbanizador que lleva ya medio siglo vomitando cemento en nuestras costas.