A veces tengo la sensación cuando observo el momento político que vivimos que es como un viaje: inconcluso y siempre abierto a nuevas rutas y experiencias sorprendentes pero también a tiempos muertos y a decepciones, resultantes de ilusiones infundadas, propias de la mitomanía del lugar de destino como del propio viajar. El viaje es geográfico pero si lo es de verdad es también interior porque supone un ejercicio de autoconocimiento vital. Esto lo refleja maravillosamente bien, un cuento titulado El escritor de la familia, en el que E.L. Doctorow escribe: «Intenté imaginar cómo habría respondido mi padre a su nueva vida. Él nunca había viajado al Oeste. Nunca había ido a ningún sitio. En su generación, el gran viaje era de la clase trabajadora a la clase profesional. Eso tampoco lo había conseguido. Pero adoraba Nueva York, la ciudad donde había nacido y vivido su vida, la ciudad donde siempre descubría cosas nuevas» (E.L. Doctorow, Cuentos Completos, Malpaso, Barcelona, 2015, pág. 42).

Nosotros, habíamos ido mucho más lejos que el personaje de E.L. Doctorow: habíamos hecho el gran viaje de la transición y la consolidación a la democracia, incluso España -sin ser Nueva York- hubo un tiempo en que era un país donde se podían descubrir cosas nuevas y hasta estuvimos de moda. Sin embargo, ya no podemos vivir del recuerdo de aquéllos tiempos. Nuestro estado es de tránsito, de paso, de viaje hacia una realidad distinta, otra etapa de la historia política de nuestra democracia. El viaje parece ser un conjunto de sondeos o encuestas para muchos, que prefieren entretener su mirada en los detalles demoscópicos del camino. Ayer el sondeo del CIS, y las semanas anteriores otros en otros medios, discutían los perfiles de ese cambio: la lucha por un centro político más ocupado y competido, el avance de Ciudadanos, el retroceso de Podemos, la difícil posición de IU y, finalmente, la resistencia del PSOE y del PP a abandonar su posición de principales partidos del escenario político español. Lo más destacado: la consolidación de un PP que hoy ganaría las elecciones.

Sin embargo, la mirada de detalle, desde tan cerca y siempre útil, debe ser compaginada por esa visión de las cosas, de lejos. Desde esa distancia, cuando se viaja se ve el paisaje y a la gente. Lo que se percibe, por el momento, es un tetrapartidismo de geometría variable en el que la potencia de las fuerzas políticas del cambio está siendo menores de lo que esperaba, mientras que los partidos tradicionales se resisten a caer en ese fin del bipartidismo. No cabe duda, que el proceso de desconexión catalán le ha dado aire a Rajoy y al PP e influye en todos los demás partidos. La agenda del cambio político en España pasa por un proyecto de país, que entre otras reformas necesarias, realice una reforma constitucional para adecuar el modelo territorial a los problemas que tenemos en la actualidad. El viaje de la democracia pasa por su renovación, con partidos distintos y, gobiernos diferentes con toda probabilidad. Es momento de estrategias, programas y elecciones pero lo interesante es hasta qué punto la situación política de Cataluña determina una política -posiciones, conversaciones y diálogo entre los partidos políticos y medidas-. y, como este hecho puede influir en el comportamiento electoral de la ciudadanía. Hay otros temas en la agenda que preocupan más a los ciudadanos pero este puede concitar la atención y el consenso -que los ciudadanos reclaman para los políticos-. Sobre todo, cuando no se vislumbran grandes ideas, ni proyectos. Atentos.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga