Como es habitual en esta tierra, luce un hermoso sol mañanero. Los ancianos de mi barrio caminan, sin prisas, para abastecerse en el mercado municipal de pescado fresco, verduras recién cortadas y buenas carnes blancas y rojas para cocinar un sabroso puchero que les ayude a sobrellevar los quince años de más que han cumplido y los muchos kilos que les sobran, según murmuran sus maltrechas piernas. Lo mejor, las sonrisas y los saludos que se intercambian en el camino: «¡Vaya con Dios, vecina!». Y su conveniente respuesta: «Que Él lo acompañe todo el día, señor Cristóbal». Sí, aunque vivamos en una ciudad, no podemos olvidar que nuestra calle, nuestro barrio, nuestra iglesia y nuestros colegios nos distinguen de los demás barrios que nos rodean, porque nuestros ancestros lo quisieron y nosotros, con nuestros gestos, hacemos que nuestros hijos y nietos sigan queriéndolo.

Dicen las malas lenguas -las malas lenguas siempre dicen- que el próximo año va a ganar el premio Nobel de Literatura a un/a escritor/a español/a No me lo creo. Soy así desde que nací, basta que lo digan para que salga todo lo contrario. Trae calino. Un escritor muy nombrado, que conocimos en Huesca, me dijo hace cinco años que jamás sale elegido en un premio literario de grandes vuelos aquel que señalen con el dedo como ganador. Le pregunté el motivo. Sonrió y contestó: «Porque somos nosotros los que lanzamos el bulo». Bueno, es una forma de actuar, con muy mala sombra desde luego, pero si eso les da vidilla en cuanto a las ventas de sus libros, no tengo nada que decir. Bueno, amigos lectores, espero que cuando presente alguno de mis libros, les pondré sobre aviso para que ustedes lo sepan y yo no me encuentre sola. Crean, sienta muy mal. Un saludo afectuoso.