Escribo estas líneas aún sin creerme una de las noticias más duras que he leído en mi vida. En México, un entrenador de baloncesto fue abatido a tiros hace algunos días por el padre de una jugadora a la que dejó fuera del equipo. El progenitor de la chica fue a pedirle explicaciones al técnico sobre la exclusión de su hija del equipo y en un momento de la discusión, éste sacó una pistola y le acribilló a tiros.

¿En qué mundo vivimos? ¿Cómo se le puede pasar por la cabeza a una persona hacer algo así? El hecho de que no haya sucedido en nuestro país no debe ser motivo para dejarlo de lado, porque es algo que lamentablemente nos afecta a todos los que somos entrenadores de algún equipo, independientemente del deporte. Ser entrenador en la base te lleva a tener que lidiar día tras día con los padres y madres de nuestros jugadores, en mayor o menor medida siempre existe algún tipo de relación con ellos que hay que saber manejar entre todos aportar valores positivos a los pequeños. La relación entrenador-familia debe ir de la mano, siempre en la misma línea, porque esto traerá condicionantes favorables a todos los efectos.

Ser entrenador es ser educador, y estoy seguro de que ninguno de nosotros toma una decisión para perjudicar a un jugador. Doy gracias a Dios porque en 16 años sentado en un banquillo jamás he tenido un problema con un padre, y si en algún momento no han compartido o entendido una decisión mía, la han respetado sin ningún tipo de queja. Esa es una actitud que ayuda, y no sabéis de qué manera, a la evolución de cada uno de nuestros jugadores, porque la educación y los valores que promueve el deporte en cada uno de ellos debe ser apoyada y respetada desde casa.

Personalmente siento que estoy dentro de ese grupo de entrenadores que valora el esfuerzo antes que el resultado, que premia las cosas bien hechas más allá de haber ganado o perdido un partido. Hasta soy tan cabezota que no me voy contento a casa si mi equipo gana pero ha jugado mal y no se ha divertido. En la sociedad en la que nos encontramos la figura del entrenador puede llegar a ser igual de importante que la figura de los familiares, porque nuestro nivel de influencia ha ido creciendo y de qué manera con el paso del tiempo. Si contamos las horas mensuales que pasamos junto a ellos, la suma anual impresiona.

El éxito que puede tener un entrenador no está en el número de victorias que cosecha a lo largo de una temporada, sino en el grado de implicación que consiga tener en su equipo, en los valores que consiga fomentar entre sus jugadores y en las capacidades que logren desarrollar como grupo. Nuestro objetivo siempre debe ser construir una serie de pilares que sirvan a cada uno de ellos no solamente durante su época como jugador, sino más allá de una pista de baloncesto. Hay que regalarles unos criterios que puedan poner en práctica a lo largo de su vida: compañerismo, afán de superación, respeto hacia los demás…

Y no es fácil conseguir eso si desde casa no apoyan. En mi equipo tengo 14 chicas, y en cada partido hay dos que no pueden entrar a jugar por normativa. Por un lado puede parecer una faena, pero me siento a gusto con esa situación porque solo así ellas dan lo mejor de sí en cada entrenamiento, se auto-exigen correr más, prepararse mejor para el fin de semana y se marcan objetivos personales que en un futuro no muy lejano les servirá para empezar a caminar en el difícil mundo de la universidad. Y cuando esas dos chicas de las que os hablo no pueden saltar a la pista porque no han sido elegidas para el partido, allí están sus padres en la grada apoyándolas como si fueran a jugar 40 minutos y haciéndoles comprender que un equipo va más allá de jugar más minutos o ganar más partidos. Un equipo sirve para educar más que para colgar medallas en la pared, y eso es algo que todos deberían comprender para que nuestro mundo del deporte base fuera aún mejor de lo que va.