El terror no puede ser una epifanía. El terror sólo es violencia ejerciendo el poder del miedo y la indefensión del dolor. Lo sucedido en Paris es un atentado contra el espíritu de libertad y la razón que sustentan la convivencia de la paz. Ninguna religión avala la furia asesina que invoca la venganza en nombre de un Dios. Lo cantó más de una vez Susana Rinaldi en el Bataclán de Paris. «Ya no podemos, hermano loco, buscar a Dios por las esquinas. Se lo llevaron, lo secuestraron y nadie paga su rescate. Vení que afuera está el turbión de tanta gente sin piedad, de tanto ser sin corazón»·. La noche del viernes no sonó el teatro a tango de La Tana cantándole al camino de los sueños y a Cortázar, a un beso que no llega y a un amor que lo engañó. Su voz seguramente lloró al punto muerto de las almas, víctimas de la yihad en su sala del tango del Boulevard Voltaire que une las plazas de Republique y de Nación. Simbólicas equis del mapa de una ciudad a la que desangrar en una atroz ejecución, estratégicamente diseñada. La masacre en la sede de la revista Charlie Hebdo fue el primer aviso de su cruzada, seguido por este golpe de mano contra el ocio de la vida cotidiana. No ha sido París el único blanco ensangrentado. El Estado Islámico reivindica ser el mismo verdugo de los 43 muertos y 239 heridos provocados por un atentado en Beirut.

Una voz en la oscuridad. Una cara oculta en la sombra. Son las señas de identidad de esta organización paramilitar que aprovecha cualquier recoveco para cumplir sus objetivos de captación y radicalización, y extender un fundamentalismo religioso que pretende la reislamización de la sociedad. La suya, la de otras comunidades musulmanas, la de un Occidente al que consideran (en gran medida con razón) culpable de convertir los territorios árabes en la víctima perfecta del capitalismo geopolítico y económico. El aséptico juego bélico con el que los Señores de la Guerra llevan siglos intercambiando dictadores en favor de sus torres de petróleo. Siempre nos olvidamos del Tercer Mundo que padece sed en tierra seca y que sobrevive en árabe de adobe donde la única esperanza es un libro que se recita de memoria y sin otras lecturas que lo enriquezcan. Nunca existen en nuestras televisiones. Sólo son reportajes humanitarios en papel couché, bazares de perfumes curtidos y oasis de cinco estrellas donde fotografiar el turismo de pareja o de familia. Tampoco tenemos noticias veraces sobre la verdad que esconde el conflicto de Siria. El viejo y duro enfrentamiento árabe entre sunistas y chiítas, y el exterminio de las minorías cristianas de las que casi nadie habla.

No hay una guerra sino muchas. Seguimos viviendo en un mundo de taifas, de máscaras morales y de la rapiña que se aprovecha de la desestabilización de la zona. El resultado es la manipulación de una interpretación religiosa de raíz medieval que utiliza los problemas económicos, el sombrío futuro de la juventud autóctona y el desarraigo de los emigrantes para inyectarles afecto y respeto. Sentimientos convertidos en el microchip que los programa como asesinos y bombas humanas activadas a distancia. Son expertos los terroristas en las últimas tecnologías. Las dominan para organizarse y publicitar el poder de su violencia. Lo mismo que aprovechan la libertad y los derechos de los países democráticos para infiltrar a sus comandos invisibles. Su perfil yihadista es poco claro. Lo más aproximativo es un informe del Real Instituto Elcano que, tras analizar a los miembros detenidos en España entre 1995 y 2012, dibujó sus rasgos distintivos. Tienen en su mayoría entre 25 y 34 años, son marroquíes, argelinos y paquistaníes, residentes en España y muchos están casados con españolas. Se sabe que hace tres años, unas 100 mezquitas, el 10% de los oratorios musulmanes en España, divulgaban el islamismo radical. Pero no son el principal ámbito de militarización religiosa. Un 73% de los casos se produce en domicilios particulares y más de un 17% ha sido contabilizado en las prisiones.

España fue el escenario del primer «éxito» de la yihad en Europa: 192 muertos y miles de heridos en el atentado contra los trenes de Atocha en 20014. Después llegaron los 56 muertos en un ataque contra el transporte público londinense y la carnicería del semanario satírico. No es extraño que Francois Hollande cierre fronteras, que el resto de Europa esté en alerta y que Ángela Merkel prometa una respuesta de forma conjunta. Hay una peligrosa guerra en marcha que exige respuestas importantes en lo político y en lo militar. Desde el rechazo de cualquier atisbo de xenofobia hacia los musulmanes que residen entre nosotros y una contundente condena de su comunidad en Europa hasta la puesta en marcha de una serie de medidas de seguridad. Hay que abandonar la permisividad hacia hábitos contrarios a nuestros valores, ejercer un mayor control de entrada y un seguimiento sobre los sospechosos de extremismo radical. Es necesaria una mejor prevención de atentados y que las grandes potencias establezcan acciones que favorezcan que Oriente Medio no siga desangrándose. Una situación que podría empeorar afectando aún más nuestra vulnerabilidad como blanco. El miedo se ha instalado en nuestros países. Es natural pensar que habrá más ataques y más víctimas y más dolor. Es la razón principal que nos exige que hagamos valer el valor de nuestros valores. Contra el terror que se proclama religión. Contra las guerras cuya política es humillar la inocencia civil. Contra la cobardía de quienes disparan por la espalda a la paz. Contra la violencia de los que abanderan el dolor contra los otros como celebración de su victoria. Contra todos los rostros y coartadas del fanatismo, Paris, siempre Paris, uniéndonos en la tragedia de sus víctimas y en la defensa de la libertad y de la paz que la dignifica y nos distingue.

Con el precio de terror no se consiguen los sueños. Tampoco la integridad de las ideas ni de la vida.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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