Casi la mitad de los hombres malagueños no intervendría si presenciara un episodio de violencia machista. Ese es el resultado de una encuesta hecha por el Ayuntamiento. Y, con ese dato en la mano, uno se pregunta: ¿y ahora qué? La Ley de Violencia de Género lleva más de diez años en vigor y, además de dotar de armas a policías, jueces y fiscales para luchar contra este fenómeno, ha servido para visibilizar a las víctimas, pero el caso es que día tras día siguen muriendo mujeres de múltiples formas horrorosas, algunas indescriptibles, y nadie parece acertar a señalar el camino para acabar con esta patología social que nos habría de avengorzar a todos como ciudadanos libres e iguales. Educación, dicen algunos. Sí, claro. Hay que ir a los colegios y contar en las charlas que niños y niñas son, o han de serlo, iguales en oportunidades, derechos y deberes. ¿Pero están bien enfocadas esas charlas o módulos, cuando encuesta tras encuesta se observa que el machismo más rancio se encuentra, precisamente, en algunos de nuestros jóvenes? Hace tiempo comentaba la fiscal de Violencia de Género de Andalucía, Flor de Torres, que los acusadores públicos habían detectado que muchas chicas jóvenes dan, como una prueba de amor, las claves de sus redes sociales y correos electrónicos a sus parejas. Cuando se rompe la relación, ellas sufren un calvario. Evidentemente, necesitamos seguir educando a los jóvenes en estos valores, pero algo se está haciendo mal, o estamos haciéndolo mal entre todos. Las campañas de sensibilización son magníficas, claro que sí, ¿pero están consiguiendo algo positivo más allá de que tengamos el tema en la cabeza? Donde más se ha avanzado, sin duda, es en la vía judicial y policial, pero queda mucho por hacer. Casi 900 malagueñas son protegidas por la policía estos días. Una de ellas corre un peligro extremo y otras dos muy alto de que algo les ocurra en breve. Sin embargo, y pese a toda la vigilancia de que son objeto, tenemos asesinatos todas las semanas.

Estos días hemos asistido al juicio por el asesinato de Ana María Márquez, directora del Museo de Historia Natural de Nerja. Su novio le dio 131 puñaladas y, antes, le propinó un botellazo en la cabeza. En el juicio ante el Tribunal del Jurado se le vio pedir perdón y condenar estos crímenes. Luego, en cuanto la fiscal, una mujer, le enfrentó a sus propias contradicciones, se enfadó. Dijeron los forenses que el tipo había infligido un sufrimiento casi inhumano a la fallecida. El caso ha impactado mucho en la opinión pública malagueña, pero viendo al individuo declarar a uno no se le ocurre cómo evitar que algunos hombres acaban convirtiéndose en semejantes monstruos.