He pasado unos días en Marruecos donde por azar he coincidido con las celebraciones con las que todo el Reino ha conmemorado el cuadragésimo aniversario de la Marcha Verde, aquella brillante maniobra diplomático-popular ideada por el rey Hassan II para apoderarse del Sáhara Occidental. Recordemos los hechos: Franco agonizaba (de hecho moriría quince días más tarde sin enterarse de lo ocurrido), había un vacío de poder en España que nadie sabía cómo se decantaría (sería la Transición que maravilló al mundo), la ONU pretendía llevar a cabo un referéndum de autodeterminación con apoyo verbal de la potencia colonial, los polisarios acosaban a nuestros soldados, el Tribunal Internacional de La Haya había hecho un dictamen que podía interpretarse de maneras diferentes, y el gobierno español estaba dividido pues mientras Exteriores (Cortina) quería hacer el referéndum, ni Carro (Presidencia) ni Solís (Movimiento) lo querían. Eso explica que se enviara al entonces Príncipe de España al Sahara a animar a las tropas y que apenas quince días más tarde se les diera orden de retirada sin disparar un solo tiro, mientras columnas de hombres y mujeres desarmados avanzaban hacia el Sahara Español enarbolando la bandera roja con la estrella verde de cinco puntas.

Podrá uno pensar lo que quiera de la Marcha Verde pero hay que admitir que fue una maniobra brillante. Yo estaba entonces destinado como joven diplomático en Nueva York y me encontraba aquella madrugada en la antesala del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde se trataba de la tensa situación provocada por Hassan II, cuando un diplomático argelino nos dio la noticia de que Madrid había pactado con Marruecos la entrega del Sahara a cambio de ciertos compromisos en pesca y fosfatos. Fueron los llamados Acuerdos de Madrid, que estipulaban la retirada española del territorio del Sahara, y su consiguiente reparto entre Marruecos (el norte) y Mauritania (el sur), sin ninguna consideración por los habitantes autóctonos, cuyos derechos defendía el Frente Polisario. Fue inútil que el 27 de febrero siguiente tratáramos de enmendar el desaguisado diciendo por carta del embajador Jaime de Piniés al Consejo de Seguridad que no habíamos transmitido una soberanía que no teníamos sino solo la administración del Territorio. Un brindis al sol. Tras una guerra breve los saharauis derrotaron a los mauritanos, que abandonaron el territorio con el rabo entre las piernas, mientras el poderoso Ejército marroquí ocupaba todo el Sáhara Occidental (excepto una pequeña franja oriental) y lo protegía con un muro fuertemente armado. La población saharaui se dividió en dos partes sensiblemente iguales, quedando una en la zona ocupada por Marruecos y emigrando la otra a la región argelina de Tinduf desde donde resisten a la ocupación marroquí con tanta determinación como nulos resultados. Argelia ha utilizado inteligentemente este contencioso dentro de su pugna con Marruecos por la supremacía regional. En mi opinión no le interesan tanto los saharauis como arrinconar a Marruecos contra el océano en la punta nor-occidental de África.

Hoy el Sahara está colonizado por Marruecos y los habitantes autóctonos son ya minoría, lo que dificulta el referéndum de autodeterminación que propugnan las Naciones Unidas, que España oficialmente defiende, y que exige un previo acuerdo de las partes y un refrendo onusiano que están hoy tan lejos como en 1975.

Por eso tienen razón los marroquíes para celebrar, porque cada vez son más dueños del territorio y el viento sopla a favor de sus intereses. Me explico: la posición de las partes enfrentadas en torno a este contencioso no ha cambiado. Los saharauis del Frente Polisario siguen pidiendo el fin de la ocupación y poder hacer un estado en el viejo territorio del Sahara Español, los marroquíes siguen afirmando la validez de su ocupación basada en los vínculos de vasallaje reconocidos por el Tribunal de La Haya, y Argelia sigue dando apoyo de boquilla al Polisario mientras mantiene su vieja enemistad con Marruecos, simbolizada en el anacronismo de que las fronteras entre ambos países están cerradas desde el atentado del hotel Atlas Asni en 1994, donde murieron dos turistas españoles.

Pero si las posturas enfrentadas se han fosilizado, no ha ocurrido lo mismo con el resto del mundo, que no ha dejado de girar en estos años. Ha terminado la Guerra Fría, el alineamiento de Marruecos con los Estados Unidos y de Argelia con el bloque soviético, y han terminado también las simpatías que los polisarios recogían entre los No Alineados. Y al mismo tiempo la inseguridad dominante en esa amplia franja de países que se reparten el Sahel, desde Mauritania a Somalia, pasando por Sudán, Mali, Níger, Chad o la República Centroafricana, hace que a ninguno de los grandes países con influencia en la zona, Estados Unidos, Francia y España, les interese el debilitamiento de Marruecos, siempre hábilmente alineado con los intereses occidentales, o el nacimiento en esa área tan sensible, frente a las mismas costas de Canarias, de un estado pequeño, poco poblado y, en consecuencia, débil, que podría convertirse en otro estado fallido cuna de terroristas y otros elementos descontrolados. No es que a uno le guste o le deje de gustar o que quisiera que las cosas fueran de otra manera. Es lo que hay porque la real-polítik se impone.

Por eso celebran tanto los marroquíes el 40 aniversario de la Marcha Verde. Y lo hacen todos con una sola voz, no hay diferencia en este asunto entre los de derechas, los de izquierdas, los islamistas y los medio pensionistas. Así lo he podido comprobar in situ una vez más.

*Jorge Dezcállar es exembajador de España en EEUU