Los seres humanos no tenemos palabras para expresar el dolor y el sufrimiento de esas familias que han perdido la vida en París, simplemente por vivir con normalidad un viernes por la noche. Después de bregar durante toda la semana sólo querían ver un espectáculo o tomar unas copas con unos amigos. Esas personas no vivían peligrosamente, vivían con normalidad absoluta. Lo mismo que hacemos muchos de nosotros. Me imagino las conversaciones animadas de todos esos hombres y mujeres en esas terrazas. Ni siquiera los asesinos han visto sus rostros, ni conocían sus historias. Estaban en ese lugar, en esa hora. Totalitarismo asesino. Hace unos días un avión ruso, y diariamente en Irak, Afganistán… Pero todo esto queda lejos y nos afecta menos o nos hemos acostumbrado, ya no aparece en la primera de nuestros medios de comunicación, no es Europa, no nos duele lo mismo. Y, sin embargo, los autores son los mismos.

Cualquiera de nosotros, en nuestras ciudades, podría ser la víctima de esa barbarie. Pero no podemos, ni debemos dejar de ser y vivir. Eso es lo que ellos quisieran. Su deseo es crear la civilización del miedo, de falta de libertades y democracia. Lamentablemente, tenemos que aprender a vivir con la posible amenaza de esos descerebrados y los gobiernos no pueden, ni deben, bajar la guardia.

La solución al problema del terrorismo no es fácil, ya que se han introducido en nuestro cuerpo social como un cáncer silencioso, que se despierta de manera virulenta en muchos momentos. Y lo peor del caso es que en sus acciones, por supuesto, no les interesa cubrir la retirada. La inmolación está perfectamente integrada. Por eso, los gobiernos tienen que explorar muchos caminos para encontrar soluciones adecuadas, que respeten la libertad de los ciudadanos y garanticen la seguridad. No es tarea fácil, pero tienen la obligación de hacerlo.

En estas ocasiones tan dramáticas siempre me vienen a la cabeza algunas dudas: ¿Quién les entrena y les arma? ¿De dónde sacan el dinero para todos esos gastos? ¿Acaso los servicios secretos no conocen a los traficantes y mercenarios? ¿Y por dónde pasa el dinero de las armas? Sin duda, se impone una mayor inversión en los servicios secretos especializados en este campo. Es necesario que los países que tengan información la pongan a disposición de todos, si no la lucha es en vano. Un trabajo fino y riguroso puede dar resultados a medio y largo plazo.

En cualquier caso, solidaridad con las víctimas y con sus familias. Las de París, y las de los países que diariamente viven la lacra del terrorismo cotidiano. Sobre la barbarie de París, ha dicho el papa Francisco: «Esto no es humano». Me uno en estos sentimientos.