El terror asola París y derriba proyectos de vida, aniquila las sonrisas y nos devuelve a la trágica acción de la sinrazón. Málaga se suma al silencio del duelo y no comprende el sentido de la muerte en el nombre de un dios, una religión o una ideología. Qué injusta, qué maldita la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos, reza el escritor mexicano Carlos Fuente.

En este tiempo de desolación, debemos retomar el pulso de la cotidianeidad para poder dar respuesta a todo aquel que atente contra nuestra convivencia; contando con la rutina nos acercamos más a esa línea la cual marca nuestras vidas hacia su plenitud. Y si hablamos de hábitos, de usanzas, la céntrica plaza de Camas se ha constituido en una práctica de «total incompetencia» o «mala gestión» del concejal de Ordenación del Territorio y Vivienda, Francisco Pomares, como manifiesta el portavoz de IU-Málaga para la Gente, Eduardo Zorrilla. La realidad se diseña en un espacio con un gran aprovechamiento donde se podría conjugar el asiento sereno enmarcado por la arquitectura que lo circunscribe y las risas de los niños jugando entre las sombras de una arboleda con sus familias. La explanada se ha configurando en una quimera con un coste temporal el cual va ya por los 31 meses de ejecución de obra, con los presupuestos multiplicados y con un rictus de perplejidad entre los vecinos y viandantes quienes la transitan. Este lugar ha pasado de ser una oportunidad arquitectónica manifiesta a generar desconcierto, gresca y desbarajustes. «Y cuando se cae en la cuenta de todo/ -esto no sucede a menudo-, /resulta imposible medir un verso con los dedos/ Un gran tajo circunda a los amantes, /y lo demás puede decirse en dos palabras», nos recuerda el añorado poeta Alfonso Canales.