Mi calle ya no es mi calle / que es una calle cualquiera / camino de cualquier parte. La voz honda y cava del rapsoda iba salpicando las sílabas con fusas y semifusas para solemnizar el verso... Después fabricó un primoroso silencio en tempo de adagietto ma non tropo, y sentenció su obra: ... como dijo Miguel Hernández. Y se quedó tan tranquilo, el tío...

El episodio ocurrió en mi coche, en la radio, en una emisora patria de las grandes-grandísimas. Acaeció anteayer, que salí para un momento y terminé echando la tarde a solas conmigo mismo, dentro de mi coche, con el motor apagado y perfectamente aparcado­ en mitad de uno de tapones de la marca «rogamos molesten las disculpas» -o algo así- que inundan Málaga estos días.

-¡La madre que lo parió...! -me dije-.

-¿No se da cuenta este individuo que con su proceder estafa y malculturiza a niños y adultos? ¿Para qué habrá cambiado uno de los adjetivos posesivos del verso y el nombre su autor este loco...? -hablaba solo, refiriéndome al rapsoda torpe.

La verdad, la cosa me indignó tanto que hasta cambié de emisora. ¿Por qué robarle la autoría de verso a Manuel Machado, el hermano de su hermanísimo, y por qué apropiarse de la calle aquella a la que se refería el primogénito de los Machado? El verso -creo que es una soleá-, dice: «Tu calle ya no es mi calle / que es una calle cualquiera / camino de cualquier parte». Que tiene mucho más sentido.

Quince minutos después, practicando la duda como fuente de la inteligencia a la que aspiro, deshice mi indignación y la convertí en empatía. ¡Mira que si el rapsoda aquel viviera en una de las calles de Málaga de las recién transfiguradas velis nolis...! Si así fuera, la adaptación del rapsoda tendría sentido y, además, sería verdad, pero, vamos, mejor habría quedado sin cambiar el verso, y dirigiéndose a Málaga. De esta manera la cosa habría quedado tal que así: Málaga, tu calle ya no es mi calle /que es una calle cualquiera / camino de cualquier parte... ¿A qué sí? En estos días, que no serán pocos, Málaga entera es un lamento, pero, tengamos paciencia: el metro es un proceso como el de los dientes: mientras se abre paso, fastidia, pero después es un bien irrenunciable.

El canto machadiano a aquella calle es un canto a la frustración, no cabe duda. Qué hermosa calidad la de los poetas que no esconden la frustración, sino que la cantan y la cuentan. Los humanillos de a pie, ni en tiempos de mocedades nos damos permiso para mostrarnos frustrados, no sea que venga el tío sacamantecas, niño... Aprendemos que solo los débiles muestran su frustración y, a base de práctica, cada vez nos convencemos que aquí no pasa nada... Pero sí pasa. Si pusiéramos el mismo empeño en agradarnos hacia dentro como el que ponemos en agradar hacia afuera, otro gallo cantaría, pero eso será en la próxima vida, quizá... ¡Luis, sé fuerte!

Cuando los que hemos aprobado el curso nos unimos, estos aprendizajes empeoran, porque multiplican sus efectos. Que es exactamente lo que nos ocurre a los fistros pecadores de la pradera turística, cuando, concienzudos, nos reunimos para solucionarle los dolores de frustración a nuestro universo. Nuestros reflexivos encuentros, salvo honrosísimas y escasísimas excepciones, terminan siendo puestas en común de ombliguitis racional o de quejitis crónica, según vaya la cosa. Vamos y venimos de lo desopilante a lo desmalazado con naturalidad, y demasiadas veces demostramos que el gatopardismo está ahí para ser ejercido: cambiémoslo todo para que nada cambie, en lo esencial. Y lo hacemos sin despeinarnos...

No, no es un pensamiento fatalista. Basta un vistazo a las actas de los últimos cuarenta años de nuestro ente promocional, que son el evangelio... Como si las hubiera dictado el mismísimo príncipe di Lampedusa... Diríase que las generaciones cambiamos, pero manteniendo los tics de estilo. Por eso algunas calles por las que camina nuestro turismo, oteadas desde la gobernanza responsable, son como la soleá machadiana: un canto a la frustración. Pero ninguno la cantamos...

Si el rapsoda de anteayer fuera de los nuestros seguro que sí ahondaría su honda voz, y bordaría las sílabas con delicadas corcheas y semicorcheas, y se arrancaría del tirón: «Turismo, esa calle no es tu calle / que es una calle cualquiera / camino de cualquier parte” Y tendría razón.