Necesito un Rey que, como jefe de Estado, abandone su hibernada equidistancia y tome parte activa ante el miedo dejando su institucional y cómoda existencia para pronunciar el discurso de su vida llamando a la unidad, la impermeabilidad y la contundencia. Necesito un presidente que no valore el precio político de tomar decisiones tan necesarias como urgentes, que sepa que ante algunas circunstancias lo popular es cobarde y lo tibio resulta aberrante. Necesito un ejército que mate para defenderme en vez de ser una ONG formativa especializada en desfiles. Necesito un Centro Nacional de Inteligencia que actúe eficazmente bajo el mandato de un juez apolítico del Tribunal Supremo, un magistrado que entienda las reglas del juego y propugne la defensa de nuestros intereses. Necesito unos Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que puedan actuar con formación, medios y proporcionalidad contra todos aquellos bastardos que ponen en peligro la paz. Pero si algo necesito es un legislador que les dé herramientas a todos los anteriores para hacer lo que se espera de ellos y conseguir que el terror no cruce fronteras.

Quiero que la comunidad internacional cierre el puño unánimemente y golpee ese avispero yihadista que vomita descerebrados, corte la financiación de quien piensa que el litro de petróleo es más caro que el litro de sangre y arrase a los traficantes que negocian con balas apátridas. Quiero que quien ha contribuido por acción u omisión pague cada día de su vida para que no olvide ni por un segundo el dolor que ha creado. Quiero que el estilo de vida no se vea amenazado, tener un himno consensuado que glose la valentía y la nobleza de mi gente, que la geopolítica se base en pueblos y no en religiones, que las salas de fiesta no se conviertan en campos de tiro y que los bastiones de asesinos tengan GPS. Quiero que el mundo libre no sea una frase hecha, que la guerra sea la última opción pero que sea una opción, que quien se escuda en su Dios encuentre rápido su infierno y quien impone su locura sea confrontado con la furia de una democracia fea, fuerte y formal.

Deseo que el Imagine de John Lennon sea una canción infantil, que el incienso de la vigilia sea más denso que el humo de un fusil, que el pusilánime no confunda perdón con permiso, y que el bien común sea lo único importante. Deseo que la paz tome las calles sin temor, que el orgullo se anuncie cotidiano y que las velas siempre escondan besos de pasión y nunca iluminen lágrimas de rabia. Deseo que el que no sepa estar recuerde dónde está la puerta de salida, que la cultura sea tan común como la razón, que la sonrisa de mis sobrinos no sea cacheada en un aeropuerto y que el dolor no venza a la esperanza. Deseo que sólo se inmolen las piñatas, que se grite de alegría y los libros enseñen que la vida rosa es un cuento y el esfuerzo diario una biografía, que la violencia sea vacunada, que el timorato dé un paso al frente, que la moral sea nuestra estrella polar y, qué cojones, que el cabrón que me dispare tenga muy mala puntería.

Cuando lo que necesito, lo que quiero y lo que deseo es exactamente lo que ellos odian será que no estoy tan equivocado, ni será tan difícil, ni parece tan descabellado.