Las calles son de las pocas cosas que tienen sentido en esta vida. Las hay de sentido único y las hay de doble sentido. En mi ciudad hay obras de contrucción de túneles para el metro, lo que ha conllevado que algunas calles que ya habían encontrado su sentido en la vida lo vayan a cambiar. Tiene sentido. Lo malo es que uno conduce cansado y derrotado, ya de anochecida camino del sofá, el jamón york y la serie de turno y va como con el piloto automático y se mete en una calle antaño de sentido oeste que lo introduce en el este. Lejos de transportarnos a la emoción de lo nuevo o lo desconocido nos introduce en los terrenos del cabreo, que son autopistas directas a la desesperación. No tiene sentido no haber hecho una campaña como Dios manda, o sea, gastándose mucho dinero en los periódicos y radios, informando de los desvíos y desniveles, arcenes, baches, derribo de puentes, tuneladoras, alquitranes y curvas imprevistas que a veces si es martes son rectas y si es miércoles son de doble rasante. Había apostado con un taxista, gremio que sufre mucho estos días, que introduciría la palabra rasante en este mi artículo con doble sentido. Caña y pincho de tortilla. Lo malo es que el bar ha quedado atrapado entre vallas y zanjas y hemos de comprar una pértiga para acceder a él. Malos tiempos para los tacones. Para llevar pulidos los zapatos cuando uno llega a su cita. Para conducir, para enseñar la ciudad a un forastero. Malos tiempos para la puntualidad y el paseo, malos tiempos para el silencio. Para no blasfemar, para no resbalar, malos tiempos para que llueva porque todo será un gigantesco barrizal. Es el sentido del progreso, o eso nos dicen. Serán años de molestias para que nuestros hijos encuentren una ciudad con más sentido y menos coches.

Lo malo es que habrá crecido tanto que hará falta de nuevo el automóvil para llegar a sus nuevos arrabales o suburbios. Entonces alguien dirá que es necesario llevar el metro hasta allí. Tenía más sentido haber ejecutado determinadas obras ya después de Navidad. Chicos van a ser los agobios, atascos y tapones a las entradas del centro, los aparcamientos y los grandes de los grandes almacenes. Claro que eso sería aplazar, procrastinar, y lo mismo aplazando, aplazando, se ponen a cavar después de Semana Santa de 2020. Carece de sentido. Caminamos y observamos y las calles nos miran desviadas en su ser, permutadas, con semáforos injertados; se nos hurta la relación tan íntima que habíamos trabado con no pocos pasos de cebra, que irán al cementerio de pasos de cebra, allá en el olvido. Bien que lo hemos sentido.