La insistencia simbólica en la Torre Eiffel y el Louvre suena romántica, pero peca de desenfocada. La matanza de Isis ha cerrado Eurodisney o Disneyland París, por primera vez en su cuarto de siglo de historia. No reabrió sus puertas hasta el pasado miércoles, coincidiendo con la segunda jornada sangrienta de Saint Denis. El complejo infantil de matriz estadounidense es el destino turístico más visitado del continente, después de superar en afluencia a la estructura metálica y al museo parisinos. Los terroristas islámicos pueden presumir de haber paralizado el auténtico corazón de Europa, en su rentable reinvención como parque temático planetario.

El apocalisis islamista golpea la industria del ocio. Solo en lo que va de año, dos atentados en Túnez, contra el turismo cultural y el playero. Dos centenares de turistas rusos son asesinados mientras sobrevuelan la península del Sinaí. La capital francesa, la ciudad más visitada del planeta, también sufre los embates del yihadismo por partida doble. Los precedentes de Bali o las playas egipcias han adquirido el rango de obsesión. El nuevo terroturismo islámico de segunda generación se ceba en objetivos turísticos. Con esta opción se multiplica el número de naciones afectadas en un solo ataque, véase el recuento de víctimas españolas en París. Se concentra el poder de fuego diseminando el dolor, ya que se obliga a interpretar tramposamente las masacres en términos militares.

Quince millones de personas visitan anualmente Eurodisney, clausurado temporalmente por Isis. Los islamistas han localizado el meollo de la civilización que detestan, el intercambio turístico que favorece paradójicamente el flujo de terroristas. Sin avalar las tentaciones histéricas, la estrategia ociosa contiene un serio aviso a España, el segundo país más visitado de Europa. De ahí el particular nerviosismo de Artur Mas al solidarizarse con París en un francés ejemplar, dado que Cataluña alberga semillas fértiles de yihadismo. Así lo reconoció el ministro catalán Fernández Díaz, al resaltar la "singularidad" de la comunidad citada.

Cuarenta años después de los cuarenta años del dictador, el turismo civilizó a la España franquista. La industria de los forasteros también sufrió la satanización clerical de la época. Si no mediara la rúbrica sangrienta, el comunicado de Isis sobre «la capital de las abominaciones y la perversión», o "«los idólatras» que se agolpan en un concierto de rock, podría estar firmado por los inquisidores del top less playero. Una vez más, Houellebecq prefiguró en su novela Plataforma los atentados de Al Qaeda contra Bali, sin congraciarse por ello con el nihilismo turístico. El novelista ha vuelto a anticipar el drama actual de Francia en Sumisión, que la revista Time no exagera al barajarlo como «el libro más relevante del año».

El profesor protagonista de Sumisión no renuncia a su cuota de «enfermedad o sufrimiento». Sin embargo, «hasta ahora había confiado en abandonar este mundo sin violencia absurda». Es un canto al ocio esencialmente turístico que se desmorona en París. El cierre de Eurodisney a cargo de Isis compite en interpretaciones con la suspensión de un rosario de enfrentamientos entre selecciones futbolísticas. Ni los muertos en el propio estadio avalaban hasta ahora la cancelación del encuentro. Ninguna tragedia exterior debía desafiar al alboroto endógeno de la competición. Los partidos anulados de las selecciones españolas y alemana ni siquiera se celebraban en el país que había sufrido los atentados.

Hollande y Merkel estaban en el palco de un estadio cuando recibieron respectivamente la noticia del atentado y de sus secuelas, que aconsejaban la suspensión del segundo partido consecutivo accidentado de la selección alemana. Bush le leía un cuento a unos niños infortunados, cuando recibe la noticia del 11S y prosigue con la lectura en una imagen que le perseguirá eternamente gracias al documental de Michael Moore. Estampas del Occidente ocioso, y de gobernantes conscientes del peso social del balompié. No son los únicos. Entre los escasos datos que se han filtrado del clérigo Abu Bakr Al-Baghdadi, el líder de Isis siente pasión por el fútbol. Seguramente, en la variante fundamentalista que conlleva la decapitación del equipo perdedor. Este principio no se aleja demasiado del dogma que autoriza a los integrantes del Estado Islámico a violar a menores no musulmanas, porque sus jefes religiosos les aseguran que contribuyen así a la purificación de las jóvenes.