Tal vez sea verdad que esto no es una guerra aunque se le parezca tanto, y toda esta alarma pasará y volverá la primavera y las oscuras golondrinas del poeta que nunca se fue. Pero yo no lo apostaría todo a esa carta. Es prudente estar prevenido por si la cosa empeora. La guerra es una constante humana, algo que hemos hecho desde siempre y sin parar. Según las últimas estadísticas, que hubiera dicho Dámaso Alonso, hay unas cuarenta guerras en el mundo, sin contar la guerra mundial que muchos ya dan por establecida y que está llamando a nuestras puertas como solo llama la desgracia.

El Apocalipsis, quizás la parte más entretenida de la Biblia, anuncia en su sexto libro la llegada de «un caballo rojo», a cuyo jinete «fue dado poder de quitar la paz de la Tierra, y que se maten unos a otros: y fuéle dada una grande espada». Y no deja uno de preguntarse, ahora que las tardes son más cortas, las mañanas más frías y los telediarios más atroces, si el yihadismo no será en realidad un caballo rojo que pisotea la poca paz que nos quedaba.

Sigo esperando que no. Me gusta la paz, tal vez porque siempre he tenido una especial predilección por las cosas frágiles, inestables, quebradizas. Será por eso que me había hecho la ilusión de que mi generación de españolitos sería la primera en siglos que no viviría una guerra en sus propias carnes, que podría nacer y morir sin tener que matarse en una trinchera, que podría dejarse la vida en un trabajo desagradable o en una pasión, pero no en una avanzadilla. Es probable que me equivocara y bien que lo lamento.

Apenas tenía veinticuatro años cuando la vida y esta curiosidad mía que no tiene remedio me llevaron a una guerra. La operación Tormenta del Desierto me contó entre sus filas, pero yo solo iba armado con un bolígrafo, una cámara de fotos y la inconsciencia que daba tener tan pocos años. No estuve mucho rato por allí, pero el suficiente como para volver con el alma estremecida tras haber comprobado que la vida humana vale muy poco, que la miseria está dentro del hombre y las balas no la sacan. Que ninguna guerra ha sido otra cosa que una excusa para el robo, que morir es muy fácil pero no siempre es rápido. Vi aquellos días muchas cosas que no he podido ni he querido olvidar. Vi muchos caballos rojos, pero por ningún lado pasó el prometido caballo blanco de la victoria.