Me he hecho un seguro médico privado. Ha sido gracias a la insistencia de mi hermana y a la diligencia de mi señora. Mi resistencia a tener uno era un punto ideológica: creo en la sanidad pública, no en vano me ha salvado la vida varias veces. Pero tenía también mucho de mi fobia a los trámites, al papeleo a las colas y a la burocracia. Pero resulta que basta con llamar (no soy yo el que llama), dar algunos datos y ya estás asegurado. Uno de esos datos, obviamente, es el número de cuenta corriente. Alguien me comenta: ya estás asegurado. No resisto la tentación del chiste y replico: sí, ya me encuentro mejor.

Tengo seguro privado. Eso sí, no puedo ponerme muy malito hasta dentro de ocho o nueve meses. Ni hacerme una resonancia. Me informan de que el precio mensual es muy ventajoso y que ya están todos los trámites concluidos. Y que me telefonearán... ¿me telefonearán? Sí. Y aquí estoy, nervioso, esperando la llamada de alguien que va a husmear con todo el derecho del mundo (¿con todo el derecho del mundo?) en mi intimidad corporal vía telefónica. Pienso decirle que no fumo, ni bebo, ni leo teatro ni hago parapente y hasta sopeso ocultar la operación a la que me sometieron para extirparme la glándula de hacer refranes. Igual lo de las almorranas sí se lo digo. Tengo que hacerme una prueba a ver cómo tengo las metáforas, eso sí, ya va siendo hora. Ya va siendo año, mejor dicho. No me llaman. Fantaseo acerca de si la voz sonará a provecto médico o a eficiente jovencita administrativa. Claro que también pudiera ser una joven doctora o un sesentón burócrata. Voy teniendo cosas que nunca pensé que tendría, como una señora, un hijo, una plaza fija de parking, un lugar de veraneo fijo y un seguro privado. Tampoco pensé nunca en que tendría una hipoteca y resulta que la tuve, la cancelé y ya no la tengo.

Me ha dado tiempo a pagar una hipoteca y mi hijo apenas habla aún. Todo esto no es un triunfo. Es una integración inexorable en el sistema. O que he sido padre muy viejales, que también. A este paso voy camino de ser un buen y dócil ciudadano, que inclusive podría ser vicepresidente de una comunidad de vecinos o tesorero adjunto de un club de pádel. Es viernes y no tengo cansancio, ni resaca, ni dolor de espalda, ni de cabeza, ni gases ni hago refranes ni flanes. Esto va a ser cosa del seguro privado. No estoy muy seguro.