Se habla mucho últimamente de los millones de refugiados que huyen en todo el mundo de las guerras y del terrorismo diario, de las dictaduras o la miseria. Pero ¿qué hay de otro tipo de refugiados, los que sufrirán en carne propia las consecuencias inevitables del calentamiento del planeta?

Entre los que llaman nuestra atención sobre ese nuevo perfil de refugiado está Nicolas Hulot, a quien François Hollande, presidente del país que acoge este mes de diciembre la próxima cumbre de la ONU sobre el cambio climático, ha dado el título un tanto pomposo de «enviado especial para la protección del planeta».

En realidad, ese fenómeno migratorio masivo ha comenzado ya, nos recuerda Hulot, según el cual desde 2009, entre veinte y treinta millones de ciudadanos de los «países del Sur» se han visto desplazados de sus hogares por culpa de la sequía, por el hambre o por tifones, ciclones, inundaciones, lluvias torrenciales y fenómenos parecidos que se han intensificado en los últimos tiempos como consecuencia del cambio climático.

Por no hablar de los millones de personas que, no sólo perdieron sus hogares, sino también algo mucho peor como es la vida a consecuencia de las catástrofes registradas los últimos años en numerosos países asiáticos, entre ellos Filipinas o Bangladesh.

A una ciudad como Dakar, la capital senegalesa, en torno a 300.000 personas llegan todos los años escapando del hambre en las zonas rurales, consecuencia directa de las sequías que sufre ese país africano y que no dejan de intensificarse año tras año.

Y está claro que ni esa capital ni otras ciudades del mundo en desarrollo van a poder acoger a tanta gente, lo que hará que muchas de esas personas hagan lo que hacen ya: buscar desesperadamente un lugar más seguro que les permita sobrevivir aunque sea arriesgando en el camino la propia vida.

Europa tendrá que hacer frente en el futuro, explica Hulot en conversación con el semanario francés L´Obs, a una afluencia de millones de migrantes llegados no ya sólo de las regiones litorales que quedarán irremediablemente inundadas por la elevación del nivel de los océanos sino también del interior del continente africano.

De ahí la importancia de una reunión como la que va a celebrarse en la capital francesa, en la que se busca conseguir que el planeta no supere en el futuro en más de dos grados centígrados las temperaturas medias registradas en el pasado siglo ya que, superado ese límite, las consecuencias serán desastrosas.

El tiempo apremia, advierten los expertos, porque en los últimos decenios la temperatura media ha crecido ya en torno a un grado centígrado, por lo que se ha llegado a la mitad de ese peligroso recorrido.

El problema, sin embargo, es que si no se cambia de modelo económico, si se sigue recurriendo a las energías de tipo fósil, principales causantes del llamado «efecto invernadero», en lugar de priorizar absolutamente las llamadas «limpias» o «renovables», si se siguen explotando los cada vez más escasos recursos de modo tan irresponsable como hasta ahora, no se logrará nada.

Los expertos han calculado, por ejemplo, que para conseguir la meta fijada de los dos grados, habría que dejar en el subsuelo, es decir, sin explotar, hasta un 70 por ciento de las actuales reservas fósiles, algo a lo que naturalmente se resistirán los gigantes del sector de la energía, que tienen poderosos lobbies y cuentan con muchos cómplices tanto en Washington como en Bruselas.

La anterior conferencia sobre el clima, celebrada en Copenhague en 2009, resultó un fracaso porque algunos países, entre ellos los más contaminantes de todos, como Estados Unidos o China, no aceptaron que una instancia de la ONU les dictase los objetivos de reducción de emisiones.

Esta vez se ha optado por «contribuciones nacionales voluntarias», es decir que los países han expresado públicamente los compromisos que están dispuestos a cumplir. Y lo han hecho ya unos 160 de los 196 que estarán representados en París.

Pero incluso si esos compromisos se cumpliesen, algo de por sí bastante difícil, no saldría la cuenta, pues la temperatura media del planeta crecería entre un 2,7 y un 3 por ciento, ha calculado el Gobierno francés.

De ahí que el país anfitrión de la conferencia se proponga exigir a todos los participantes no sólo mayores esfuerzos, sino que las promesas que allí se hagan tengan cuanto antes efectos jurídicos y que sean además verificables por una instancia internacional.

Hulot cree que no se puede fiar todo, como hasta ahora, a las leyes del mercado, sino que se precisa la intervención de los Estados para establecer prioridades y orientar los modos de producción y consumo mediante una fiscalidad disuasiva de determinados comportamientos.

No puede ser tampoco que los Estados sigan subvencionando las energías fósiles con hasta 650.000 millones de dólares anuales en lugar de invertir ese dinero en energías fósiles, denuncia el francés, que cita incluso unas sarcásticas palabras del fallecido presidente de Venezuela Hugo Chávez: «Si el clima fuese un banco, los países ricos ya lo habrían rescatado».