Comienza diciembre con los primeros flujos de debates en una apretada pleamar escalable hacia las elecciones generales del próximo 20-D. Entretanto, la ciudad ya alumbrada de testimonios navideños observa el trasiego de gente deambulando entre las sendas comerciales del «viernes negro» y dirigiendo sus pasos para atravesar un inminente puente inmaculado. Esta sensación festiva tan solo la turban los entresijos reseñados en el cuaderno de bitácora de esta urbe tan abierta como privada, esto es, una capital subida a un azud dando vueltas y vueltas para contemplar una historia interminable de duelos y desconfianzas entre nuestros representantes públicos y los vecinos.

Por un lado, cómo no, el asunto del tranvía en superficie al Hospital Civil donde los residentes, puestos en jaque, han hecho transcribir las idas y venidas del alcalde en cuanto a la toma de decisiones referente a este sempiterno conflicto con este medio de transporte urbano. El asunto se ha convertido en un círculo cerrado el cual gira para ocupar la misma posición mientras los actores involucrados juegan al juego de la cuerda sin que el pañuelo se mueva un ápice. Falta de consenso o irresponsabilidad tardía.

Por otro, la relación de amistad muy estrecha y de gran confianza parece truncarse entre los aliados consistoriales. Este concepto de intimidad vuelve a escena esta vez transportado por una noria -la del puerto- la cual no para de rotar en cuanto a críticas y chascarrillos. Los vecinos afectados de los edificios situados frente a esta instalación manifiestan que esta actividad les supone «una intromisión en sus viviendas» y no desean este artilugio como espectador continuo de sus vidas. Es evidente el movimiento de la noria: unas veces arriba y otras abajo. La vida, supongo.