Se acerca la Navidad y ya me imagino a Vargas Llosa en la cena de Nochebuena hablando de Lorca o Hemingway con Enrique Iglesias. Deben ser espectaculares los largos silencios a mesa puesta. Una vez ensalzado lo bueno que está el champán y lo rico que está el pavo macrobiótico cocinado a fuego lento por la reina de corazones, una vez lamentado el triste devenir de las víctimas del Daesh y una vez comentados los resultados electorales me imagino a todos los comensales mirando al techo esperando que alguien del servicio diga algo mundano que les sirva a todos de punto convergente para iniciar otra conversación, algo tipo «Señora, por ser un día especial le he puesto un poco de sal del Himalaya a la ensalada de algas y tofu», y el Nobel de literatura saltaría raudo: ¿Tofu? Para tofu el que me ponen a mí en la Clínica Buchinger de Marbella, y Enrique afirmaría orgulloso de su sabiduría que Marbella sí que la conoce. Y todos venga a reír sin parar con la ocurrencia.

Esta Navidad se esperan algunas mesas dignas del más disparatado Berlanga o del no menos hilarante Jardiel Poncela. Fantaseo con la idea de ver por un agujerito la cena de Vicente Casado, antiguo director general del Málaga CF, cuando tenga que explicar que los langostinos son congelados porque la cosa se presenta mala y hay que economizar, que la vida te da reveses por los que no sabe uno dónde estará al día siguiente.

Otra mesa que me atrae sobremanera es la de Mariano Rajoy. Según las encuestas pasará las fiestas como presidente haciendo cábalas y propuestas a Albert Rivera al tiempo que para la hora de los postres el niño ya se ha llevado una docena de collejas por manifestar sin recato que el jamón de los entremeses era del todo mejorable por no decir que era una basura. Cosas de niños.

De igual modo tiene su aquél la cena de Pablo Iglesias. Supongo que en su caso se hará una asamblea vecinal entre todos los habitantes del edificio para decidir qué mortadela y vino de tetrabrik degustar, a qué hora termina el ágape y si de hilo musical se pone a Javier Krahe o a Albert Pla. Al final dará igual porque Iglesias desoirá lo acordado y pondrá lo que le venga en gana. Puede incluso que el ex jefe del Estado Mayor de la Defensa José Julio Rodríguez aporte su granito de arena proponiendo que no se sirva cerdo para así no molestar al terrorista sirio que adoptó en la ONG Malnacidos sin Fronteras.

Son muchas las mesas a las que mi malsana imaginación e innato ansia de conocimiento me acercan desde la fabulación, pero por encima de todas hay unas que no se me van de la cabeza. Me refiero a la mesa que estas fiestas no se pondrá por falta de medios, a la que sólo se sentará una persona porque trabaja a miles de kilómetros de sus seres queridos, a la que se convertirá en una bandeja precocinada porque la persona que cuidaba de ti ya tampoco puede tirar de su alma, a la que quedará desierta en señal de duelo por la sonrisa que un kalashnikov borró de la foto familiar, o a la mesa que por uno u otro motivo este año añorará tiempos mejores.

Como les digo cenas de Navidad hay muchas. Sonrisas me temo que no tantas.