No quisiera yo dejar sin mi modesta ayuda a tantos políticos que se afanan y desvelan en estos días preparando los discursos de la ya próxima campaña electoral. Durante la misma, tendrán que hablar en público y, entonces, ¡ay de ellos! Pero aquí me tienen para echarles un cable y facilitarles la elección gracias a su dicción y a su dedicación en la aprendización de su discursisación. Sin querer, les acabo de dar dos bases sobre las que apoyarse: alarguen palabras y acábenlas en «-ón». Es decir, parezcan un tamborón en sus mítines, un timbalón, un bombón (un gran bombo, quiero decir), sean todo percusión, y ensordezcan nuestros votantes oídos con palabras larguísimas con esa rima de tan alta definición. ¿Qué algún «gramanazi» les criticare por ello? Nada, ningún problema. Citen el Quijote (no hace falta que lo lean, solo faltaba, a ver si les va a dar algo al cabezón o al corazón) y digan que Quijano se volvía loco repitiendo por las noches aquello de «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón…». Citen la última novela de Eduardo Mendoza (actual número uno en ventas: tampoco hace falta que la lean, a ver si les va a entrar el sentido del humor): «Se quedó en el rincón, como si tuviera la intención de volver a sentarse una vez concluida su intervención». On, on, on. Una vez conseguido el soniquete, sonsonete o son en «-ón», practiquen la alargación, la elongación, la archisilabización (y aquí comienza mi homenaje al gran Aurelio Arteta, fustigador de este repugnante vicio). Digan argumentación y nunca argumento. Abandonen característica en favor de caracterización. Si se les viniese a la cabeza la palabra certificado, prefieran en cambio certificación. Nunca afirmen que tienen una cita: lo que ustedes tienen es una citación. La compatibilidad debe dejar paso a la compatibilización y el complemento a la complementación, al igual que el concierto han de convertirlo en concertación. Alarguen, alarguen siempre e innecesariamente, destrocen el idioma español, tan sobrevalorado. No haya jamas concreción o plasmación, sino concretización. Tampoco contraste: haya contrastación. Fraude es vocablo feo (y peligroso): úsese defraudación. Donde esté una denominación que desaparezca nombre, donde esté una deslocalización que se quite traslado, donde esté una documentación que vayan al olvido los documentos. Deje paso la domiciliación al domicilio, como ya lo está dejando la edificación al edificio, la ejemplificación al ejemplo, la ejercitación al vulgar ejercicio. ¿Quién podría decantarse por enunciado teniendo a mano enunciación? ¿Quién por patrocinio cuando con tanta fuerza (y grandísima estupidez) se propaga esponsorización? Déjense de estímulo habiendo estimulación, de excepción habiendo como hay exceptuación, de expolio teniendo expoliación. Llamen exterminación al exterminio, finalización al final, habituación a la costumbre o al hábito, incentivación al incentivo. No se pongan límite sino limitación, ni hablen tras el atril de marginación que para eso está marginalización, que no es un matiz, sino una matización. ¡Cuánto más luce ante el público asistente al mitin mejorización que mejora! Insistan en la motivación, más chulo y moderno (y grandísimamente cursi) que motivos. Nunca digan que no a una negociación, que es como hoy se llama al trato o al diálogo. A cualquier mejora llámenla optimización. A cualquier impulso, potenciación. Proposición a la propuesta, renunciación a la renuncia, secuenciación a la secuencia, significación al significado, valoración al juicio y vinculación al vínculo.

Como ya no hay señal sino señalización; rótulo sino rotulación; título sino titulación. Como ya no hay tutoría sino tutorización, como ni siquiera hay lluvia sino precipitación, alargue el aspirante a politicón y rime siempre en «-ón». Conseguirá de votos un montón, en estos tiempos de desolación, donde todo es posturearización y redichización absurda. Muchos votos: el mío no.