Sobre la "cultura del esfuerzo", por Gerardo Hernández Zorroza

Desde algunos sectores se echa en falta la «cultura del esfuerzo» e incluso se llega a confundir éste con un valor. Y entiendo que así piensen, pues desde su óptica materialista el esfuerzo ha servido en el pasado para hacer crecer negocios, empresas, etc... También, y no se habla tanto de esto, para que crezca el uso inconsciente de la tecnología, con el incremento del estrés laboral en muchos casos y de la precariedad laboral, en vez de al contrario. Esa «cultura del esfuerzo» de la que se habla está pensando seguramente mucho más en la empresa y en el desarrollo tecnológico, en el «hacer», que en el desarrollo del hombre/mujer (de su «ser»). Pero existe otra forma de entender el esfuerzo, que consiste en ver éste como consecuencia lógica de la motivación. Dado que, cuando uno desarrolla una labor que le gusta y está motivado, el esfuerzo deja de ser algo penoso, y se convierte en parte del juego. Paradojas de la vida, en vez de verlo como generador de sufrimiento, lo es como causa de felicidad. Desde la escuela, nuestra sociedad no está pensada para que el esfuerzo sea parte del juego de la vida, no, ni para que nuestros chavales descubran en ella lo que más les gusta y ahondar especialmente en ello, sino que se ha convertido, más bien, en una sucursal de la empresa, del negocio. Un sistema educativo que homogeiniza a los alumnos y se ha sobrecargado defensivamente de «controles», que no sirven, y se ha olvidado no sólo del alumno, sino también de la función fundamental del maestro. Así las cosas, la «flojera» de la que acusan algunas personas a las nuevas generaciones, posiblemente no tenga que ver solo con un exceso de comodidades, como se dice, sino también con un futuro donde se nos obliga a realizar un esfuerzo, que no es el nuestro, y que más bien está enfocado en hacernos servidores del actual, e inconsciente, sistema productivo.

"Rajoy, rajao", por Javier Torres Sanz

La pintada en la carretera, "Rajoy, rajao", en su crudo juego de palabras, parece criticar el que no diera la cara, dialogando con otros candidatos a las elecciones del 20 de diciembre. Claro que su espantada corresponde a la que ha sido su conducta habitual, incluso con los periodistas, a los que tantas veces no ha querido ver ni en pantalla. Nada más natural, cuando se ha tenido una política tan indefendible, y al hablar pone al desnudo su ignorancia de los hechos y reglas más elementales, excluidas las del fútbol. Quizá por ello, quien dice que no tiene tiempo para dialogar con otros candidatos al Gobierno no ha dudado en comentar estos días un partido, tarea en la que quizá pudiera destacar de modo más conveniente.