Me resisto a pertenecer a la generación silenciada del 4 de Diciembre de 1977 cuando Andalucía se ganó el derecho y la dignidad como pueblo echándose a los caminos en la lucha por la igualdad y la solidaridad que nos daba la autonomía. Puedo entender que la derecha y la derecha cavernícola siga en la brecha de querer enterrar, desfigurar y manipular aquellos gloriosos años de la Transición e incluso puedo entender que la derecha liberal representada por Albert Rivera y su partido de aluvión Ciudadanos haga defensa de aquellos años con la boca chica, pero nunca podré entender que la izquierda reflejada en parte en Podemos (últimamente transita por senderos del centro, o al menos eso pretende) quiera hacer un punto y aparte de la Transición. Parece que ambos partidos, con líderes acostumbrados a bailar en el alambre y propensos a dar marcha atrás en no pocas ocasiones, hayan reconducido sus primeras críticas y enterrado el hacha de guerra contra quienes hicieron posible que ahora gocemos de la libertad y democracia que tenemos y tienen. Hay que saludar este cambio tanto en Rivera como en Pablo Iglesias.

Y me resisto a ser generación silenciada porque yo, como miles de andaluces, tengo a flor de piel aquella lucha en la que gozamos y sufrimos. Cuando echo la mirada atrás me reconforto recordando ver crecer la democracia como una rosa roja en primavera, ganando día a día parcelas de libertad individual y colectivas, enterrando odios y mentiras, abriendo las fosas de las narices para aspirar aires libres, sin que nadie pudiera ponerle puertas al viento. Yo lo puedo contar porque en diciembre del 77 tenía 35 años y sigo en la brecha, sin bajar la guardia ante el esperpento mediocre y barriobajero de quienes pretenden manipular aquellos años, pero otros, como García Caparrós, no lo pueden hacer. Y nosotros, en justicia, tenemos la obligación de hacerlo. Unos, como Caparrós, lo pagaron con su vida, dejando la sangre en las calles de Málaga, pero hubo otros muchos, la mayoría silenciados por el olvido, que se echaron sobre sus espaldas la pesada pero ilusionante carga de aflorar lo mejor del pueblo andaluz cuando en el verano de 1980 los ayuntamientos que presidían, tres años después del aldabonazo popular que significó el 4 D, se levantaron en armas políticas para conseguir que Andalucía se construyera por el camino del 151 de la Constitución del 78. Había 6 meses para que las tres cuartas partes de los ayuntamientos andaluces aprobaran esta iniciativa y todos, salvo los que estaban gobernados por la derecha, se pusieron las pilas y echaron a andar.

Llevo tiempo recorriendo aquellos pueblos que fueron los primeros en repicar a gloria y a fe autonomista y confieso que nunca me encontré personajes de tan profundo y sentir pensar en democracia y en andaluz. Para algunos de ellos el recuerdo de aquellos plenos municipales para pedir autonomía por el artículo 151 es algo que los enriqueció como personas y como políticos, en su totalidad de izquierdas y donde sobresalieron personajes que llevaban la lucha por la justicia social y la solidaridad en la sangre como el cura obrero Diamantino García Acosta, llamado el «cura de los pobres»y el especialista en huelgas de hambre, Paco Casero, fundadores del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) en Antequera y con ellos Gonzalo Sánchez y Antonio Gómez.

Y me resisto a ser generación silenciada cuando me vienen a la memoria que después de 4D del 77 tuvimos otro 4D en 1978 donde arrancó a andar la autonomía con el Pacto de Antequera y un joven pero veterano luchador llamado Plácido Fernández Viagas trazaba como jurista las líneas maestras y futuras de la autonomía andaluza. Y unos meses después, en el verano de 1980, se levantaron en armas políticas, dándole la voz al pueblo, los primeros ayuntamientos que rompieron el corsé del olvido para adentrarse por el camino de la autonomía plena. Fueron meses de verano de calor de plomo como sucedió en Los Corrales, en la sierra Sur de Sevilla donde Diamantino ejercía de pope rural y cura obrero, el primero en echarse al ruedo y aprobar la iniciativa de alcanzar la autonomía por el artículo 151 de la Constitución, siendo alcalde Rafael Montes Velasco, un joven maestro, perteneciente a la Candidatura Unificada de Trabajadores (CUT).

Y no me siento generación silenciada, por mucho que lo intenten, cuando recuerdo cómo el fuego de la autonomía, la democracia y la libertad, con elevadas dosis de solidaridad, se fue extendiendo como un reguero de pasión por los pueblos andaluces como en Puerto Real (José Antonio Barroso), Marinaleda (Juan Manuel Sánchez Gordillo), Trebujena (Juan Antonio Oliveros Riberola), Paterna (José Vera), Puerto Serrano (Manuel Zarzuela), Torrox (Ildefonso Mateos), Villamartín (Antonio Pérez Vital), El Puerto de Santamaría (Antonio Álvarez), Lebrija (Antonio Torres García). Y como estos alcaldes otros muchos que en silencio supieron dar el do de pecho, todos ellos de izquierdas. La historia les debe un espacio.

Y saltó al ruedo político con fuerza Rafael Escuredo llamando a rebato a todos los alcaldes de capitales de provincia, todos pertenecientes al PSOE, y en sus plenos sacaron adelante la iniciativa. A finales de agosto el 95% de los ayuntamientos andaluces habían dicho sí. Y luego el referéndum de la autonomía donde la derecha más recalcitrante pretendió que Andalucía siguiera en la indigencia y marginación, sumida en el analfabetismo y el olvido, abandonada a su suerte, con los caciques repartiendo, a su modo, justicia y pan. Menos mal que hubo en la derecha liberal quien dio la talla como Manuel Clavero y sus seguidores que supieron entender el futuro de la autonomía por el artículo 151.

Hoy, 4 diciembre de 2015, treinta y ocho años después, seguimos en la batalla, para que siga vivo el espíritu de aquel día y más cuando se nos quiere hacer comulgar a todos los españoles con independencias de salones históricos. Más derecho tengo yo para ser independentista porque me lo gané, en buena lid, en la calle, desde aquella lluviosa de diciembre cuando el pueblo históricamente más viejo de Europa, se echó a la calle. Una independencia dentro de la universalidad, con una Andalucía para así y para la humanidad, sin fronteras.