Ayer salió el CIS. El CIS no viene, ni aparece, ni está, ni a veces se le espera. El CIS sale. Como las setas en otoño, el sarampión, los granos. O el periódico impreso por la mañana. Sale. Sale como el sol y lo hace para alumbrar un poco más de incertidumbre, certificando que la intención directa-directa de voto antes de cocina es poca y que los indecisos son más del cuarenta por ciento de los que tienen pensado ir a votar.

Graves tiempos para un país en el que hay más indecisos que tipos de queso. El CIS bien podría haber nacido para descontar indecisos, pero se dedica a contarlos. A mí a veces me pasa con las encuestas del CIS como con el trofeo Cinco Naciones de Rugby ¿no les parece a ustedes que a veces pareciera que se celebra cada dos por tres y otras veces que lleva años sin tener lugar?

El PP ganaría pero necesitaría pactar para gobernar. Los indecisos no se deciden a fundar un partido. Dudan si hacerlo, claro. El bipartidismo pierde entre 79 y 99 escaños. La ventaja porcentual que saca el PSOE al PP es de ocho puntos, pero la ventaja en escaños podría incluso rondar, en el peor escenario para los socialistas, los cuarenta y tantos. No es país para CIS. Más que nada porque mucha gente no declara lo que en realidad va a votar, o no lo sabe hasta que no llegan las elecciones. No tomen esto como una invalidación de la encuesta, sí es cierto que la tendencia que muestran todos los sondeos, siniestros y diestros, es a una mayoría simple pepera, un desplome de los que iban a asaltar los cielos, un cierto no consolidar de Pedro Sánchez y un Rivera que va para arriba en aprecio y valoración ciudadana y también en escaños, si bien no como para comerse La Moncloa. Queda mucha campaña, diría un cronista clásico. Pero no. Lo que queda es mucha tele. Mucha Ana Pastor, Calleja, Bertín, Grisso o Ana Rosa donde jugarse las simpatías o acentuar las fobias. Lo que no sabe uno es por qué no llevan más a Celia Villalobos a programas de televisión. Nunca defrauda. Siempre da espectáculo y hay que reconocerle las agallas para plantar cara a cualquiera. Ya sea un videojuego difícil, Pablo Iglesias o un entrevistador rocoso. Con el rifirrafe teatrero de ayer en el Congreso eclipsa a otros candidatos de su partido y consigue más minutos de zapping y televisiones y webs que todos los números uno del PP de todas las provincias haciendo propuestas sobre economía o asuntos sociales. Y eso que va de dos por Málaga, es decir, que la han postergado y ella le está echando, le va a echar a la campaña, la mitad de ganas que en condiciones normales. No sólo no perdonan los años. Los que no perdonan son los agraviados por el hecho de tener años.

El CIS marca la agenda, mancha titulares, incendia redes, origina proclamas, alumbra tertulias. «Vamos a hablar de la encuesta del CIS» fue una frase casi más pronunciada ayer que «la cena está lista». Izquierda Unida podría obtener sólo tres o cuatro asientos en el Congreso, al borde de no poder formar ni siquiera grupo propio, aunque quién sabe si ese puñadito de escaños pudiera ser decisivo para algo. Una buena noticia para los sensatos es que el partido de Artur Mas, del que ya no sabemos ni su nombre, no sería el más votado de Cataluña. Allí va en cabeza una mixtura entre IU, Podemos y los de Ada Colau, un cóctel de izquierdas que pudiendo subvertir el eje independentistas/no independentistas y sustituirlo por el de favorecidos/desfavorecidos entra en el marco mental de los nacionalistas y coquetea con las consultas y esos artefactos quiméricos e ilegales. Dentro de cien CIS, todos calvos. Indecisos incluidos.