Imagínese que Jorge Fernández Díaz, el ministro que ordenó conceder a una virgen la máxima distinción de la Policía Nacional, es la misma persona que tiene que decidir qué nivel de reconocimiento merece el agente que falleció arrollado por un vehículo cuando intentaba auxiliar a un conductor accidentado en la Ronda Oeste de Málaga. Deje de fantasear. Es él quien firmó el lunes la orden por la que el policía recibirá la medalla de plata al mérito policial a título póstumo y no la de oro como la que ya luce legalmente el muñeco tras una polémica que ha durado más de un año. A la vista del malestar que ambas adjudicaciones han provocado en cada momento, es justo pensar que el margen de error que tiene cada una de las decisiones del ministro es considerable.

Será por eso que a las tres instituciones implicadas en la concesión de la medalla al policía que murió el domingo en acto de servicio les ha dado vergüenza explicar las razones por las que le niegan el mayor honor. Ocultar la verdad siempre es sospechoso. No está bonito porque suena a mentira, a estafa, mil veces más cuando el secreto lo esconden a la limón el Ministerio de Interior, la Dirección General de Policía y la Comisaría Provincial de Málaga.

La duda no existiría si el anuncio que se hizo durante el funeral del agente no hubiese dejado de piedra a todos los compañeros que ni siquiera habían digerido la pérdida de un policía modélico que seguía patrullando a los 60 años porque no se imaginaba de otra forma que ayudando a los demás. Pronto llegó la indignación a la que el Sindicato Unificado de Policía puso voz anunciando el recurso de la orden del ministro del Interior, pero hasta la actitud del director general de la Policía Nacional, Ignacio Cosidó, que asistió al acto sin hacer declaraciones, sugiere que la decisión se tomó con criterios que deben ir más allá de los que la ley 5/1964 que regula las condecoraciones policiales exige para conceder la medalla de oro en el peor de los casos posibles: «Resultar muerto en acto de servicio o con ocasión de él, sin menoscabo del honor; ni por imprudencia, impericia o accidente».

Qué difícil tiene que ser traicionar a un héroe.