Esta semana, Germán Gabriel llegó a un acuerdo con Unicaja para rescindir su contrato y disfrutar los últimos años de su carrera deportiva en otro equipo pero jugando. No sé cuántas veces ha dejado Unicaja y después ha vuelto. Esta vez ha sido él quien tomó la decisión, aunque también creo que el club estaba loco por la música. Esta ha sido una decisión respetable y lógica. Entiendo que, con su edad, son muy duros (y sufre más que disfruta) esos viajes tan largos que nuestro equipo hace para compaginar Euroleague y ACB. Y mucho más para no jugar, que seguro es lo que buscará prioritariamente en otro equipo.

La temporada pasada se ganó el respeto del equipo nada más pisar la cancha de entrenamiento. Su entrega y nivel de esfuerzo fueron altísimos, por lo que disputó minutos desde el primer partido. Yo mismo fui testigo en esos entrenos de cómo ejerció de veterano ayudando a sus compañeros y siendo un ejemplo en el esfuerzo, algo que en el equipo de Plaza es fundamental e incuestionable. Germán, además, demostró lo que siente por el club de su ciudad, club en el que se formó como jugador. Era grandioso sentir cómo era capaz de levantar a todo el Carpena.

Esto le valió dos años de contrato, un contrato que ahora ha roto para ir a jugar a otro sitio. ¿Por qué no ha tenido minutos esta temporada como tuvo el curso anterior? Esto creo que no debo analizarlo yo, aunque pueda tener mi opinión. Seguro que su nivel de implicación en el trabajo diario y su liderazgo en el vestuario no son los motivos de sus pocos minutos, aunque es cierto que estos meses ya no he tenido el privilegio de ver trabajar al equipo.

De lo que quiero hablaros es de ese niño que conocí cuando era minibásket, un niño muy patoso y descoordinado, que iba siempre junto a Berni y que se pasaba horas y horas en las pistas exteriores de Los Guindos con su entrenador, José Luis Repesa. «Pirulo», nadie le llamaba José Luis, hizo un trabajo soberbio con ese niño diferente a los demás por lo grande que era y por su incapacidad (todavía) de controlar su cuerpo. Fue pasando por las diferentes categorías y por diversos entrenadores. Seguro que todos aportaron su granito de arena a crear un cinco con unos movimientos de pies en el poste bajo propios de un jugador profesional.

Tuve la suerte de disfrutar de su juego en el Mundial júnior de Lisboa con los famosos júniors de oro. Allí era tremendo verlo pelear en defensa con jugadores más fuertes y físicos que él y de «bailarlos» en ataque cuando recibía en el poste bajo. Pero el verdadero lujo para mí fue disfrutar de su persona, de ese hombrecito con un cuerpo con más de dos metros que te imponía al verlo, pero que guardaba en su interior un niño con un corazón mucho más grande. En aquel grupo tan importante para el baloncesto español era un chico querido y muy respetado. Son innumerables las anécdotas que viví con él, Berni y Carlos Cabezas, puesto que ser de Málaga nos mantenía muy unidos en esa época en las que los cuatro éramos tan jóvenes y pasábamos tantos días fuera de casa.

Lo más sorprendente como jugador de Germán ha sido su capacidad de adaptación para seguir siendo un jugador de máxima utilidad y de primer nivel. Como os digo, siempre fue un pívot, de esos que juegan cerca de la canasta. Sin físico, sin salto, sin velocidad pero con un talento para jugar de espaldas y pasar el balón fuera de lugar. Al llegar a senior, vio que con su físico no podría triunfar por ser más débil que otros jugadores que jugaban en su misma posición. Su inteligencia le fue alejando del aro para convertirse en un jugador con la misma aptitud para jugar cerca de la canasta, pero capaz de abrir el campo y tirar de tres puntos. Ha jugado al máximo nivel muchísimos años haciéndolo más o menos en la misma posición que cuando era un jugador de cantera, pero con un juego totalmente diferente. Y esto lo hizo gracias al aspecto que mejor define su juego y su persona: la inteligencia.

Germán, toda la suerte del mundo allá donde tengas decidido seguir jugando. Te marchas del Carpena pero no de nuestro corazón. De ahí no te irás nunca.