Harto de las inconveniencias de Madrid, mi amigo Diego, vecino del barrio de Vallecas, sacó a pasear al perro y se imaginó que estaba en Buenos Aires. ¿Por qué Buenos Aires? Porque en el momento de colocarle la correa al animal aparecieron en la tele unas imágenes de la ciudad argentina. Cuando se alejó de su casa, encendió un cigarrillo clandestino. Al poco, se le acercó un tipo que le pidió fuego con acento argentino. Aquello le inquietó. A ver si vamos a estar de verdad en Buenos Aires, le dijo al perro, que volvió la cabeza con mirada interrogativa. Te digo, repitió Diego, que a ver si va a ser cierto que estamos en Buenos Aires. El perro ladró, quizá si en señal de asentimiento, y volvió a barrer la acera con su olfato. Diego no había estado en Buenos Aires, pero de pronto, sin saber por qué, le pareció que los portales y las farolas y las personas con las que se cruzaba tenían un aspecto claramente latinoamericano. Como se sugestiona con facilidad, lo que había empezado como un juego empezó a transformarse en un ataque de pánico. Se imaginó perdido, con el perro, en una ciudad que no era la suya y en la que no conocía a nadie. Ya era de noche, y lunes, y el frío arreciaba. ¿Adónde ir si no era capaz de encontrar su casa? El cigarrillo, fumado con ansiedad, le duró un minuto. De perdidos al río, se dijo, y encendió otro. Si iba a morirse en la otra punta del mundo, qué más daba un poco más o menos de nicotina en los pulmones.

En esto, al dar la vuelta a la esquina, tropezó con su cuñada, que vivía cerca y que se quedó espantada al verlo fumar.

-¿Pero qué haces, Diego? -le preguntó.

-Me confunde usted con alguien -dijo Diego con acento argentino y siguió andando.

De vuelta al hogar, cuyo camino por fortuna reconoció sin género de dudas, se lavó las manos con una toallita húmeda con la que se quitaba el olor del tabaco y se metió en la boca un chicle de menta, tal como solía hacer. Ya en casa, sonó el teléfono y se adelantó a cogerlo él, aunque su mujer se encontraba más cerca. Era de nuevo su cuñada. Se ha equivocado de número, volvió a decirle él con acento argentino. Y no volvió a llamar, como si se hubiera ido a Buenos Aires.