Otra campaña electoral acaba de comenzar. Una más. Y van muchas. Se habla de todo un poco, pero sobre todo de economía y de Cataluña. Algo de empleo y un poquito más de corrupción. El otro día, en el Congreso de los Diputados la popular Celia Villalobos y el líder podemita, Pablo Iglesias, se liaron a mamporros dialécticos hablando de corrupción. La cosa quedó en que iban a tomar una café en cuanto pudieran, pero esa refriega dice mucho de cómo están el país y sus políticos: tensos ante lo que se les viene encima. El próximo Parlamento va a ser el más fracturado de la democracia, con opciones de gobierno reales para tres de las cuatro fuerzas principales del país, e incluso para todas ellas si se dan las alianzas necesarias. Como digo, en este debate previo al 20-D se habla de muchas cosas, se empieza a ver el nuevo estilo de política más de andar por casa, con la entrevista compadreo como forma de llegar más rápido al votante. Como si mostrándose llano ante las cámaras fuera más fácil seducir a una población que ha sufrido el paro, los desahucios y la pobreza en estos cuatro años en los que hemos evitado caer al abismo por unos centímetros. Se habla de todo digo, menos de justicia. Salvo Ciudadanos, que quiere cargarse el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) para crear un aparato de gobierno de los jueces más recortadito y equitativo, nadie propone nada para el servicio público más olvidado y maltratado de la democracia. Al final, los jueces -los de abajo- son los únicos que han mantenido el tipo en este maremoto. Han tirado para adelante de los casos de corrupción y tratado de poner las cosas en su sitio, para recibir luego como regalo un cambio de destino o un vapuleo sistemático en los medios de comunicación. Más allá de si debe desaparecer el consejo, hace falta, más que nunca, un gran pacto de Estado por la Justicia que suponga una inversión anual sostenida en medios materiales y humanos y la introducción, de una vez por todas, de las nuevas tecnologías en los juzgados de todo el país. Y, de paso, que el consejo sea regido por jueces que se elijan entre ellos y, si puede ser con el listón de los méritos encima de la mesa, mejor que mejor. Independencia y dinero. Más jueces y ordenadores. Esas son las cuatro patas del banco de una ecuación que podría redundar en un gran beneficio para el país. ¿Saben ustedes cuántos miles de millones de euros hay retenidos en los juzgados por asuntos que no se han resuelto y que llevan años enquistados en los juzgados? Muchos. No lo digo yo. Lo han dicho los jueces decanos en innumerables ocasiones. Ahora está por ver si a alguien le interesan las togas más que para atizarles cuando toca.