Con más del 40 por 100 de indecisos en el último sondeo del CIS, es gratuito deducir que los porcentajes atribuidos a las candidaturas del próximo día 20 anticipen los resultados de las urnas. Incluidas las del citado organismo publico, las encuestas electorales sufren en los ultimos años un bien merecido descrédito. Sus «aproximaciones» se alejan más que nunca de la realidad final, en clara demostración de que el votante reserva su intención o la desvía en respuestas engañosas. Después de haber leido o escuchado hasta la saciedad la importancia decisiva, trascendental, con que los políticos adjetivan estos comicios, no es coherente que menos del 60 por 100 de los electores sepan qué votar, ni que los restantes sigan rumiando su opción. El pervertido sistema electoral no ayuda. En Cataluña tienen mayoría parlamentaria quienes no la ganaron en votos, y en otras autonomías, como la canaria, es flagrante el incumplimiento del principio democrático «un hombre, un voto» que equipara el valor de todos los emitidos sin perjuicio de las «correcciones» territoriales a que haya lugar; no las vigentes, que son aberrantes. Las listas abiertas y la segunda vuelta, que describen la pura normalidad en la mayoría de los estados perlamentarios, se han convertido aquí en desiderata social frente a la sesgada o ambigua voluntad de la clase política cuando, en el mejor de los casos, promete reformar el sistema. El hecho de que mi voto pueda malograrse en la cocina del pactismo poselectoral, es causa suficiente para desconfiar y mentir en las encuesttas.

El bloque de indecisos califica por sí mismo el abuso presencial en los medios de comunicación, especialmente los televisuales. Con la desaforada carrera por sumar horas de pantalla gratuita, hemos pasado del cero al infinito, que es reemplazar las cuotas regladas por el mogollón de entrevistas, tertulias y debates que los medios aprovechan para sus fines competitivos, pero ya aburren a las piedras. La «pregnancia» de los programas es mínima, como se advierte en las encuestas callejeras con ciudadanos interrogados al azar. Los candidatos pueden equivocarse, corregirse, contradecirse y hasta plagiar, sin miedo a ser descubiertos. El mensaje ya no es el programa sino el careto y las habilidades dialécticas de los contendientes. Esto del plasma es una plasta. Sirvió para dar a conocer a los llamados emergentes, pero ha alcanzado el punto de hastío que origina, entre otros efectos, un 41% de indecisos incomparablemente más informados que nunca.