Entre prohibir belenes, felicitar el solsticio de invierno y demás estupideces de corte progre y anticlerical creo que conviene recordar la esencia de lo que en estas fechas se avecina, pues no son pocos los que se empeñan en manipular la experiencia navideña para intentar reducirla al eco lejano de lo que en realidad siempre será, como si al negarle su carácter espiritual fuera más digerible y divertida para los que la viven mirando para otro lado.

La Navidad suena a beso de tía chocha en el tímpano, a villancico y risa, a abuela chupando fruta escarchada, a oferta de última hora, a pandereta y almirez, a discusión de cuñados, a anuncios de perfume, a debate electoral con mucho ruido y pocas nueces, a Tamborilero de Raphael o a All i want for Christmas is you de Mariah Carey, a claxon de operación salida, a juguetes nuevos, a baile de salón, a reposición de Grease, a niños de San Ildefonso, a whatsapp recibido mil veces y a mensaje antiguo de Rey moderno.

La Navidad huele a musgo del belén, a colonia de niño, a bandeja de polvorones, a frío de azúcar, a gota de anís, a casa ventilada y pascuero, a calles abarrotadas, a bares de toda la vida, a lencería roja, a zapatos bajo el árbol de los chinos, a puchero del día después, a leña de este hogar, a humo de petardo, a naftalina de disfraz de Santa Claus y a papel de regalo.

La Navidad sabe a receta secreta, a mantecado de almendras y plato compartido, a croqueta de la vergüenza, a castañas asadas, a caramelo de cabalgata, a burbuja de champán, a lágrima por el ausente, a pintalabios de mamanoel promiscua, a turrón del duro, a costumbre y tradición, a kilito de más, a churros de madrugada.

La Navidad recuerda a pueblo del abuelo, a carta a los Reyes Magos, a ilusión y esperanza, a vacaciones, a tardebuena con los colegas, a compras a escondidas, a vendedor de zambombas, a paga extra, a encendido de la calle de tu infancia, a primos en mesa camilla, a regalo vengativo del amigo invisible, a reencuentro más o menos deseado, a resaca de garrafón, a familia unida, a anécdota jocosa, a estrenos de cine y a aguinaldo malgastado.

Todo eso suena, huele, sabe o recuerda a Navidad y está muy bien, pero eso no es la Navidad, o al menos no toda la Navidad. A veces le hacemos el juego a quienes mercantilizan la pureza del nacimiento y olvidamos que la Navidad simplemente es un pesebre de paja, el aliento de una mula y un buey que con su calor acunaron la sonrisa de un recién nacido, la mirada orgullosa de un carpintero y la ternura virginal de una joven entregada, es un Dios hecho carne, un niño adorado, en definitiva, es un nuevo comienzo.

Estimado lector, estos días cante, ría, coma, regale, beba y disfrute, pero el próximo 24 de diciembre busque tiempo para encontrar un minuto de recogimiento y compartir con quien quiera el recuerdo de la venida del salvador, porque esa, y no otra cosa, es la autentica Navidad.