Mariano Rajoy, en Doñana, tuvo ocasión de escuchar el ulular de los búhos, abrir los ojos como platos con el ronroneo de los cochinos (jabalíes) y ver como la «menina» (en invento de Pablo Iglesias) se tragaba marrón tras marrón. La pena es que no estamos en tiempos de berrea porque si no el macho alfa hubiera marcado su territorio. Rajoy, en estado puro. Rajoy seguirá por las tierras del sur para evitar el debacle de su partido, con una anunciada pérdida de hasta un tercio de los diputados que actualmente tiene. Rajoy se ha reído de España y de los españoles, escondido en su inanición. Los desprecios se pagan en las urnas.

Soraya Sáenz de Santamaría bailó, nunca mejor dicho, con el más feo. Con uñas y dientes defendió la gestión de Rajoy. Como era normal. Pero cuando la cercaron con la corrupción como marca de la casa, del PP, se le crisparon las meninges. Elegante forma de la derecha de pretender dar carpetazo a un asunto que está en la piel de todos los españoles, como segundo problema. Y si en este terreno la viceparatodo sacó su caparazón de tortuga ninja, peor le fue cuando fue incapaz de sentir la más mínima motivación y emoción por la dramática situación de millones de españoles en emergencia social. Fría y distante. Es su estado natural. Soraya de artista invitada o ¿no? Pero siempre con el espejo retrovisor puesto. ¿Seguirá dando votos la herencia recibida?

Pedro Sánchez, objeto de desaforados ataques por Pablo Iglesias, y de zancadillas permanentes por Albert Rivera, se las vio y deseó para mantener el tipo, aunque estuvo más suelto, más ágil que en el anterior debate. Estuvo sólido y solvente, pero frío, casi como un cirujano. Va con su forma de ser. Pedro Sánchez metió el cazo en la derecha y en la izquierda, dada la volatibilidad del voto e hizo propuestas sociales que continúan las que en su día hicieron Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Dejó, sin embargo, que el miura de la Educación se fuera sin trastear al redil, para alivio de Soraya Sáez de Santamaría. El ministro Wert y cía tenían una gran faena y no de aliño, como así sucedió. Con todo, a Sánchez se le vio con tablas y su objetivo es tener un voto más que el PP. Difícil, pero no imposible. Es la declarada alternativa al PP de Rajoy.

Albert Rivera lleva unos días, cuando las encuestas le acercan al segundo puesto ganador, muy nervioso, como acelerado. En el debate parecía tener el mal de san Vito, moviendo las manos como aspas de molino, sin control y tener azogue en la sangre porque en pocos minutos quería trasladar su programa de gobierno a la audiencia. Le faltó consistencia, con propuestas que suenan muy bien (puro marketing) pero que no se sostienen como el contrato único. No quiso caer en el «y tú más» pero se enredó en historias que a nada conducen cuando el elector lo que quiere es claridad, algo que le fue difícil porque parecía Tarzán saltando de liana en liana a la búsqueda de Chita.

Pablo Iglesias hizo de virtud necesidad, sabiendo que todas las encuestas conocidas y las que están por llegar le sitúan con una respuesta no superior al 10% del voto a Podemos, sin el añadido de las mareas, las colaus y las carmenas, que con este sumando podrían llegar hasta el 15% de los votos, pocas expectativas para tanta ilusión. Y como era natural le arreó de lo lindo a Pedro Sánchez porque, con todo descaro, busca el voto en el granero socialista. Hábil en su dialéctica profesoral me dio la impresión de parecerse al corderito de Norit, sin hacerle asco a meter el caso en la derecha. Podemos no va a ganar y será fuerza acompañante, en cuarto lugar, por mucho que insista, una y mil veces, con la taquicardia de las puertas giratorias, mantra que domina muy bien Iglesias.

El debate, ni histórico ni definitivo. Ayer mismo en una encuesta modelo tracking los indecisos seguían siendo legión; quedan 10 días por delante apasionantes, eso espero. Dicho lo cual, me reafirmo en lo mejor. El lunes por la noche volví a sentirme periodista, gracias a Ana Pastor y Vicente Vallés. Y como diría mi bien amado amigo, periodista como la copa de un pino, de nombre Gonzalo Fausto, «que Dios reparta suerte». Todos la van a necesitar.