La eliminación del Madrid de la Copa del Rey es una tontuna cum laude; con tanto laude como relevancia tiene el club. Eso pasaba siempre en el fútbol modesto, escasas veces en la nobleza y nunca en la realeza, pero hace tiempo que anidan en los blancos cuervos más negros que las noches sin luna.

Cuando llegó don Florentino a la presidencia, en el 2000, enarbolaba el hermoso pendón de recuperar la grandeza institucional de la época dorada del Real Madrid y, de paso, la del juego espectacular de sus mejores plantillas históricas. Lo hacía con el recuerdo del mejor presidente el fútbol español: el almanseño don Santiago Bernabéu. Y como emblema de la nueva etapa que prometía inaugurar tuvo el gran acierto de nombrar a Di Stéfano presidente honorario del club. Fue el primero de varios aciertos consecutivos: Figo, confiar en Del Bosque y en los cimientos deportivos heredados de Lorenzo Sanz, su antecesor; Zidane, Ronaldo y sanear las cuentas del club. Y apuntó algo más que a los madridistas de siempre les llenó de orgullo y esperanza: aquella proclama de «Zidanes y Pavones» que tan poco le duró. Con esa renuncia llegaron todos los disparates que sería pesado reiterar. El resultado fue que tras ganar dos Ligas y una Copa de Europa consecutivas comenzó la época deportiva negra florentiniana, y hasta hoy, tras su dimisión y vuelta al trigo.

Los años más nefastos de sus mandatos, no obstante, llegaron con esa calamidad llamada Mourinho que tuvo el desacierto de incorporar al Madrid de sus ambiciones, que adquirió categoría de sainete barriobajero cuando lo del dedo en el ojo a Vilanova. Y de todos esos polvos al lodazal que ahora tanto enturbia al equipo antaño blanco y ahora incoloro, con demasiados años ya sin ganar la Liga; el récord negativo de su historia. Lo de la vergonzosa eliminación de la Copa es solo la punta del iceberg que navega bajo el barro. Y es que, bajo la presidencia de Florentino Pérez el Madrid es un equipo sin estructura, más allá de la dedicada a mayor gloria del «ser superior» que definió en mala hora Butragueño. Qué pena de antigua gloria, ahora reconvertido en correveidile ilustre.

Dicho lo anterior, hay que reconocerle que es el presidente más listo de la historia blanca. Nunca nadie logró encandilar a la parroquia madridista como el señor ingeniero de caminos. Hay que ser un genio para hacer del Real su departamento de relaciones públicas, sin que la realidad de ser quien peores resultados deportivos ha logrado le haya permitido presidirlo sin contestación alguna hasta hace pocas semanas. Como hemos dicho alguna vez, hasta al mismísimo don Santiago Bernabéu le mantearon el coche en una triste ocasión al entrar al estadio de Chamartín, ya bautizado con su nombre.

Y el estrambote bufo al lamentable soneto que ha compuesto en su docena de años al frente de la nave blanca, ha sido reiterar como un indocumentado, lo que no es en ningún caso, que el Madrid no tiene ninguna culpa en el estrafalario error de alinear indebidamente a un jugador.

Como estrambote exagerado ha compuesto Luis Enrique para el rutilante Barça de los últimos años, al afirmar que Messi, Suárez y Neymar son el trío, o tridente, que queda más fino para algunos; de delanteros más grandes que ha dado el fútbol mundial. Pero, hombre de Dios, ¿es que no recuerdas a Di Stéfano, Puskas y Gento? ¿Y tampoco a Pelé, Tostao y Rivelino, por citar a algunos de los que sí hicieron historia en clubes y selecciones? Es curiosa la falta de memoria de ciertos personajes, llevados por la euforia más propia de forofos pequeños que de grandes profesionales del fútbol. Habría que recordarle al mal encarado técnico asturiano que otros delanteros han conseguido mucho más que esos tres enormes futbolistas hasta ahora. Cuando consigan ganar tres o cuatro Champions, u otras tantas Ligas seguidas, sería el momento tal vez de decir algo aproximado; hasta en la propia historia azulgrana hay otros hitos relevantes, y algunos muy cercanos.

Y mientras, por el Nou Camp campan algunos condenados por fraude fiscal, por buenos futbolistas que sean, y hay otros en capilla.

En fin, que con tanto lenguaraz impenitente, es bueno recordar uno de los mejores estrambotes, este sí, de la historia de la poesía. Ese de Cervantes que decía: «€.Y luego, incontinente/ caló el chapeo, requirió la espada/ miró al soslayo, fuere, y no hubo nada».