Hace unos días una comisión china visitaba la ciudad y en una de las citas protocolarias preparadas fue guiada, acertadamente, al museo de la Archicofradía de La Esperanza. Fue en ese momento cuando uno de los representantes de esta delegación oriental describió el Barroco al descubrirlo: «lucha de curvas y de esplendores» -dijo-.

Después de este viaducto festivo conteniendo toda la suposición de los puentes de Königsberg -el comienzo de la teoría de la topología y en particular de la creencia de los grafos-, la cual prevé la conjetura definida por Leonhard Euler. Un grafo es básicamente un conjunto no vacío de puntos llamados vértices y un grupo de líneas denominadas aristas cada una de las cuales une dos vértices. Se llama lazo a una arista la cual une un vértice consigo mismo. Se dice que dos vértices son adyacentes si existe una arista uniéndolos. Imagino que muchos de ustedes habrán hallado el peculiar dilema de recorrer los segmentos de un dibujo sólo una vez sin levantar el lápiz del papel. En esos problemas los vértices inicial y final no tienen que ser el mismo, es decir, yo puedo comenzar en un vértice cualquiera y finalizar en ese mismo o en otro distinto, pero debo pasar por todas las líneas solamente una vez sin alzarme del impreso.

En este conjunto no vacío: Málaga, el grafo malagueño se intenta perfilar entre sus vértices y sus aristas, buscando cómo no el lazo -para unos- y el punto adyacente para la mayoría creyente en el progreso de esta urbe, la cual «todo lo acoge y todo lo silencia», como sugiere el gran poeta olvidado José García Pérez.

Entretanto, luces de Natividad -prólogo de este tiempo como comenta el amigo Pepe Moyano-; debates políticos sin vértices y muchas aristas por diseñar para unir puentes y reencontrarnos con la Málaga adyacente, esta esencia llena de curvas y esplendores.