Es media mañana de un jueves casi de invierno. El Levante anda haciendo de las suyas, comiéndose otra vez la playa, arremolinando gaviotas y despeinando olas. En las calles ondean banderolas con caras de candidatos que conozco pero no reconozco. Está claro que el Photoshop no hace milagros, más bien juega tremendas jugarretas, pero acabo aceptando que es justo castigo a los inconmensurables egos del personal.

Juande Mellado, director de este periódico que sigue teniendo la paciencia de aceptarme entre sus páginas, es autor de una frase brillante que es al mismo tiempo una rotunda verdad: Leer el periódico tomando un café es uno de los placeres más baratos que existen. Paso las páginas tras los primeros sorbos. Hay mucha información electoral, encuestas sobre intención de voto, entrevistas. En la duda me debato. Estoy entre ese altísimo porcentaje de indecisos que no sabe en quién confiar para que le defraude. Es como mirar el menú de un restaurante y que no te guste ninguno de los platos del día. Eso es lo malo de las elecciones, que a veces se parecen mucho a la sensación de haber llegado a la hora del almuerzo sin apetito, quizás algo empachado.

Todo esto tal vez sea porque tiene uno la impresión de llevar en campaña política algunos años ininterrumpidos. Alguna vez quizás deberíamos hablar de otra cosa, o a lo mejor organizar de una manera más racional los calendarios electorales para que no se sucedan al ritmo de uno por estación. Deberían darse cuenta de que es agotador oírles todo el rato decir lo mismo. Las mentiras suelen ser aburridas pasado un tiempo.

Mi indecisión aumenta. Todos prometen ser honrados, cuidar de nuestros intereses, hacer que nos vaya mejor y que se cumplan nuestros sueños. Sin embargo, pasados cuatro años se ven en la necesidad de volver a prometernos lo mismo sin que haya quedado explicado siquiera mínimamente por qué no sucedió todo aquello que iba a suceder justo al día siguiente de depositar la papeleta. Nuestro perseverante refranero explica que prometer no empobrece. Más bien al contrario, muchos se han hecho ricos a base de prometer. Los titulares hablan de negocios al calor del cargo, de comisiones, de chanchullos. Más de lo mismo. La política española viene adoleciendo de ese mal desde hace décadas y ya ni siquiera nos sorprende ni nos indigna demasiado.

Probablemente llegue a la fecha electoral instalado en la incertidumbre. Dudar, al fin y al cabo, se me ha dado siempre mucho mejor que creer, y estoy viejo para cambiar según qué cosas.