La política es indigesta. Acostumbra a prometer un maridaje que casi siempre termina produciendo ardor a quien la consume. Especialmente si los responsables de cocinarla son nefastos entre fogones y desconocen que un buen chef requiere conocimiento, tradición, habilidad, pasión, humildad y capacidad de innovación. Los ingredientes imprescindibles que desde hace 22 años han aprendido los alumnos de las escuelas malagueñas de hostelería La Cónsula y La Fonda. De ellas salieron cuatro estrellas Michelin: Dani García -Tragabuches de Ronda, Calima en el hotel Meliá Don Pepe y su restaurante en el hotel Puente Romano de Marbella-, José Carlos García -Café de París y su restaurante en Muelle Uno de Málaga-, Celia Jiménez -El Lago de Marbella- y Diego Gallegos -Sollo, en Fuengirola-. Cada uno, junto con Antonio Banderas, han puesto su voz al frente de la campaña Salvemos La Cónsula. Del cierre y de los guisanderos de la Junta de Andalucía que brasean a fuego lento a los alumnos y a los 30 profesionales docentes desde hace año y medio. Un largo tiempo si se tiene en cuenta que son víctimas de un jornal vacío en la nómina de más de diez meses. Y menos mal que gracias a la intervención puntual del ayuntamiento de la ciudad han cobrado algo para espumar las impurezas de las crisis.

Agua que no mueve molino en un conflicto ante el que los adobadores de la Administración andaluza garantizan recetas que nunca se emplatan para presentarse sobre la mesa de la realidad y atemperar un conflicto que mantiene desafilada y a punto de flamear a la más brillante escuela de hostelería pública de España, Placa de Oro al Mérito Turístico. Célebre además porque en el verano de 1959 Ernest Hemingway, invitado por el matrimonio Davis, vivió entre las plantas exóticas, las palmeras de China, y las amapolas de California de sus jardines y escribió para la revista Life varios artículos sobre toros y la rivalidad entre Antonio Ordoñez y Luis Miguel Dominguín. Un material literario que más tarde se convertiría en el argumento de su última novela, El verano peligroso. Cada vez que la falta de soluciones ha subido la temperatura y la tensión alcanza su punto de nieve, provocando que la paciencia de los damnificados se derrame de las cacerolas de las protestas y se encierre en calles abiertas de la ciudad y en las dependencias de ambas escuelas, los que cocinan promesas han vuelto a ponerse el delantal blanco. Mire usted que les gusta, además de los discursos en atril y las fotos en plano americano, acofiarse de elegancia frente a la prensa y garantizar soluciones que generalmente esconden la estrategia de echarle el muerto a otro para quitárselo ellos de encima. Qué manía tan española. Tan vieja como las mezquinas rencillas entre el personal político y su tendencia a estofar los problemas en su propio jugo. Unas veces por ajustes de cuentas entre cargos desocupados, otras por que siempre hay alguien dispuesto a dar puntapiés a las espinillas de otro y en ocasiones por simple incompetencia. Conociendo estas querencias es lógico preguntarse qué clase de desacuerdos existen entre las soluciones propuestas por el último abogado encargado de la liquidación (otros dos anteriores abandonaron los fogones por extrañas discrepancias) y la dirección del Servicio Andaluz de Empleo.

Tampoco se entiende por qué ambas escuelas han llegado a tener una deuda de 4,3 millones de euros. Durante años La Cónsula al igual que La Fonda han tenido eficaces direcciones, algunas incluso brillantes como la de Rafael Lafuente, alma de la misma entre 1993 y 2006, cuyos gastos supervisaban dos firmas de la Delegación de Empleo, indispensables para enviar desde ésta sede la petición de mantenimiento de la subvención de fondos europeos. ¿Hicieron mal sus cuentas los responsables administrativos, hasta el punto de perder las ayudas, y le hacen pagar ahora los platos rotos a los profesionales de ambas escuelas? Todo parece indicar que sí. Que los problemas burocráticos de traspaso de las competencias de formación entre consejerías han arruinado a la escuela, sin fondos, con deudas a proveedores, docentes y con unos alumnos muy motivados por aprender, y muy quemados de que nadie deshuese una solución. No sé entiende que a nadie se le ponga la cara del color del pimentón por tanta inoperancia. Tampoco es comprensible esa habilidad de los políticos para cargarse lo que funciona bien durante mucho tiempo. Igual que sucede con el Instituto Municipal del Libro al que Cassá le ha ajustado las horas en un gesto robespierre de ciudadanía anti cultural. Lo de La Cónsula y lo de La Fonda es más incomprensible todavía teniendo en cuenta que el turismo, la hostelería y la gastronomía son el motor económico de sustento y de futuro de la región.

Rollito de foie y queso de cabra con chutney de manzana y naranja. Merluza confitada con pil pil de pimentón. Puré fino de guisantes, almejas y coliflor. Exquisiteces que los alumnos de La Cónsula y de La Fonda servían y, alrededor de la mesa y con una guardia en guardia y la otra en custodia, explicaban orgullosos de cómo su Escuela partía de una cocina de toda la vida pero puesta al día de manera brillante y con una relación calidad y precio imbatible. Un mérito en su trayectoria y en su contribución actual al gremio gastronómico que explica los videos de apoyo de grandes chefs como Ferran Adrià o Alberto Chicote en favor de estos establecimientos.

Esperemos que la administración deje de marear la perdiz del conflicto y apague, como parece ahora su intención, el fuego sobre el que cuecen a la inglesa la incertidumbre de los afectados. Uno sabe, a estas alturas del combate, que la política nunca se sirve al punto, pero ojalá el grito de SOS consiga de verdad que una voz con autoridad responda Oído cocina! y solucione definitivamente el desaguisado. Es tiempo de que vuelva a brillar la estrella de La Cónsula.

*Guillermo Busutil es Escritor y periodista

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