La espectacularización, que no la espectacularidad, de la política no es un fenómeno nuevo, sino que se remonta a los orígenes de la sociedad de masas, incluso antes del nacimiento de los medios audiovisuales. En los años treinta del pasado siglo los intelectuales y los políticos dieron el salto hacia el periodismo, impreso para más señas, porque ese espacio tantas veces denostado por ellos mismos les permitía la mayor difusión de sus ideas.

Es cierto que la política siempre ha estado presente en el periodismo desde su nacimiento, ya sea como órgano de expresión de la política partidaria, o como medio de información de la actividad política, pero la irrupción de las masas en la vida pública, producto del crecimiento demográfico y urbano, y de las mejoras de las condiciones de vida de la población, favoreció aquel salto gracias al desarrollo mediático y a la posibilidad de llegar a través de los medios al mayor volumen de personas.

Este desplazamiento de la política desde las calles a los medios no hacía más que empezar, pues ha ido creciendo con el transcurso del tiempo. Este paso de la política directa a la política mediada ha condicionado los discursos y los formatos de la acción política, que se ha ido adaptando cada vez más a las exigencias de los periodistas y de los medios. Hasta el punto mismo de que el ideario político ha pasado paulatinamente de ser el centro de atención de la propaganda política a ser un elemento subsidiario o complementario de ella. De convencer a persuadir, del contenido a las formas, la política ha ido transformándose sustancialmente condicionada por el escenario mediático en el que se desenvuelve, y al que parece no poder sustraerse. Indudablemente, la radio y, especialmente, la televisión profundizaron esa vieja relación, y siguieron influyendo sobre la mutación de la política. Sobre todo, la televisión, que ya era el medio estrella antes de la llegada de Internet, e incluso ahora sigue siéndolo por su mayor penetración y repercusión social.

Un nuevo desplazamiento de la política se produce en la actualidad, y éste en el seno de los propios medios. El desplazamiento de los contenidos políticos desde la información especializada a la programación de entretenimiento. Tradicionalmente, la política y los políticos venían ocupando los espacios calificados como serios de la programación televisiva (tertulias y debates, informativos y documentales, etc.), pero de un tiempo a esta parte esta barrera se ha levantado para los políticos, quienes acuden cada vez con mayor asiduidad a programas de ocio y de entretenimiento, entrando así de lleno en los formatos del espectáculo, y trayendo con ellos el predominio definitivo de la imagen sobre el mensaje (la imagen sería el mensaje) en detrimento de la coherencia política.

El pasado viernes, Rubén Amón hablaba en el diario El País, entre otras cosas, de Berlusconi y de su hallazgo de la telecracia y de la política catódica, que hoy parecen descubrir nuestros líderes políticos en su carrera por la ubicuidad mediática. Alerta, sin embargo, el periodista sobre la diferencia que suele existir entre votante y telespectadores, entre fieles y curiosos. Confusión que no parecen advertir nuestros políticos empeñados en aparecer en los programas de mayor audiencia junto a los periodistas del star system. Así titula Fernado Garea en las páginas del mismo diario: «Los líderes cambian el mitin por el plató en busca de audiencias masivas».

En su libro Sobre la televisión, Pierre Bourdieu escribía que en televisión se está particularmente para dejarse ver y ser visto, más que para decir algo. Temeroso de ser considerado un intelectual trasnochado, nostálgico de una televisión cultural elitista, Bourdieu advertía de las limitaciones y peligros de una televisión que necesitaba un posicionamiento claro de los intelectuales y de los políticos. Uno de sus principales detractores, el también intelectual francés, Dominique Wolton, en su obra Elogio del gran público, afirmaba frente a Bourdieu que se menosprecia la capacidad crítica del público, y que hay que destacar la función de vínculo social de la televisión generalista.

Como en muchos enfoques científicos, la complejidad del medio y de su relación con las audiencias, así como del contexto en el que ésta se desarrolla, exige un análisis igualmente complejo que no eluda todas sus variables. En cualquier caso, transcurrido el tiempo, parece que la supuesta batalla ha sido ganada por los grandes medios audiovisuales, convertidos ya en cenáculos de la nueva política basada en la telegenia de sus líderes.

*Juan Antonio García Galindo es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga