Leo: Vueling conectará Málaga con Marsella a partir de abril. Marsella es uno de esos sitios que me encantan. No he ido nunca. He leído novelas ambientadas en Marsella, he visto reportajes y documentales, me he interesado por sus avatares políticos como ciudad mediterránea, mestiza, árabe, francesa, canalla, portuaria. Marsella es uno de esos sitios a los que llevo muchos años no yendo. Cada año planeo ir. Y cumplo escrupulosamente: no voy. Con esta ya son 28 las rutas que tiene la compañía en el aeropuerto de la Costa del Sol. Nunca fue tan fácil y barato ir a 28 sitios. Sin trasbordos ni largos desplazamientos hasta el aeródromo de Madrid o Barcelona. 28 sitios que no quiero repasar. Pero repaso. Uno de los síntomas de que te queda ilusión por vivir es que la lista de sitios a los que quieres viajar es amplia. Cuanto más se reduce... no, no es que has viajado más, es que tienes menos ganas de vivir. También hay vuelos a Cardiff.

Casi por dos almuerzos de esos en restaurantes a los que voy pero no puedo permitirme y en poco más de lo que duran tres capítulos de una serie te plantas en Cardiff. Pero aquí está uno, en el salón de casa en pijama con un donut, un café y el pelo revuelto, en lugar de estar en Cardiff con un abrigo, una bufanda a cuadros y caminando por el empedrado de un bello centro histórico haciendo planes para comer salmón y vino blanco servido por un camarero pelirrojo con pecas que llevará media vida ahorrando para pasar quince días aquí donde yo vivo. Así es el mundo. Tal vez dentro de unos días ese camarero se esté pegando un paseo por la playa que diviso, aunque tendrá que moderar el gasto el último día de su estancia dado que le falta la propina que yo habría de dejarle si tuviera agallas para coger el vuelo a Cardiff. No sé qué va a ser de esa ciudad si todos tenemos la inacción del que suscribe. Vuelos a Hamburgo, Lyon, Moscú, Nantes, San Petersburgo.

Vuelos a sitios donde nunca he estado. Tal vez estén cercenando las conexiones a los lugares a los que yo he volado. Cualquiera sabe. Fantaseo con ir a San Petersburgo pero ya se acaba el donut y se acaba el café, así que decido peinarme. Sin el pelo revuelto no soy capaz de imaginar que estoy en otro sitio distinto al que me encuentro realmente. A veces en una incómoda reunión de trabajo me despeino y los compañeros quedan atónitos. Y tanto, yo también me quedaría atónito si tengo a un tío al lado que de repente se queda callado porque se ha ido a Cardiff o a Marsella mentalmente. Es lo que nos pasa a los seres ápteros. También soy muy de despeinarme cuando hay que planchar. O cuando hay que tirar la basura. En Marsella no plancharía. ´Fuera de casa, como en ningún sitio´, decía el sabio. Ruido de aviones por la ventana.