La imprenta del Boletín Oficial del Estado sigue funcionando a toda máquina. El sábado pasado se publicó el Plan Estatal Marco de Gestión de Residuos, con el horizonte puesto en el período 2016-2022, y que es una pieza clave en la estrategia española de la llamada «economía circular».

La economía circular es un concepto de máxima actualidad en el ámbito europeo. La primera semana de diciembre se aprobó un paquete de estímulo de 570 millones de euros hasta 2020, enfocado precisamente al apoyo de las actividades de reciclaje y de gestión de residuos. De acuerdo con las ideas originales del suizo Walter Stahel, se trata de sustituir la economía lineal (producir, consumir y tirar) por un modelo circular virtuoso («de la cuna a la cuna») que evite procesos de contaminación y sobre todo el creciente despilfarro de recursos naturales, en un planeta finito y que ya disfruta de la tecnología suficiente como para convertir sus residuos en nuevas materias primas.

El modelo europeo forma parte, además, de una estrategia de competitividad frente a una forma de entender el mundo mucho menos sostenible. De Asia llegan cada día millones de toneladas de productos caracterizados por su bajo precio, y también por un uso abusivo del concepto de «usar y tirar». La economía europea ha decidido plantar cara a estas importaciones tan nocivas a partir de valores como el respeto al medio ambiente, la durabilidad, el reciclaje o la reutilización. Junto al valor añadido que se obtiene de la planificación de un sistema integral de economía sostenible y gestión de residuos, se logra también una diferenciación de los productos hechos en Europa, pensados, diseñados y fabricados para minimizar su impacto ambiental a través de su reaprovechamiento.

Hay que saludar entonces con alegría la decisión europea de destinar recursos a la economía circular. Sin embargo, y para ser honestos, también hay que recordar que las medidas aprobadas en la primera semana de diciembre de 2015 contemplan objetivos menos ambiciosos que los originalmente previstos en verano de 2014, cuando echó a andar esta iniciativa. Por el camino se han quedado los deseos de poder reciclar en el horizonte del año 2030 hasta el 70% de los residuos municipales, una meta ambiciosa que quizás se habría podido conseguir con más empeño por parte de Jean Claude Juncker, torpedero en la sombra de esta propuesta.

Los más destacados expertos en la materia advierten también de muchas lagunas en la operatividad real de un plan -el europeo- que asume todos los conceptos relacionados con la economía circular (acabar con la obsolescencia programada, la reciclabilidad, el ecodiseño, la reutilización, el vertido cero, etcétera) pero sin una definición clara sobre la estrategia a seguir y sobre la imprescindible coordinación de todos los sectores implicados (industria, empleo, medio ambiente, energía). Destinar una cantidad de dinero tan importante es sin duda una buena noticia, pero para que ese presupuesto sea efectivo es más importante aún tener muy claro a quién compete hacer cada cosa, para que este impulso no se quede en otra iniciativa europea más, de la que todo el mundo habla sin que realmente sirva para casi nada.

En España habrá que ponerse las pilas, nunca mejor dicho. La imagen social del reciclaje como una suerte de actividad marginal, propiciadora de una red de economía sumergida y de supervivencia, debe dar paso a una decidida modernización de un sector llamado a crear empleo no deslocalizable en los próximos años y que puede y debe basarse en la innovación tecnológica. Casi nada. Europa, de nuevo, nos marca el camino. Ojalá que se aborde con rigor y seriedad, de manera que se consigan todos los objetivos previstos. La economía circular dará que hablar estos próximos años. Atentos.