En España no conocemos las elecciones a dos vueltas, y eso nos perdemos. En cierto modo funcionan como un juego de conjuntos, y puede uno verse incluido en segunda vuelta en el conjunto antes enemigo. Pero lo mejor es que en la primera un país suelta algunas de las pasiones que lleva dentro, y en la segunda otras. Así, un domingo puede puede dar salida, sin que pase nada, a los gases de su nacionalismo radical, xenofobia incluida, y al domingo siguiente a su sentido de la responsabilidad y lo políticamente correcto. ¿Sería tan disparatado pensar en un referéndum a dos vueltas para Catalunya, en la primera con cuatro opciones (autonomía, federación, confederación, independencia), y en la segunda sólo con las dos que hayan tenido más votos en la primera? No siempre sale bien, pero en Francia despluman así el gallo del lepenismo, para que no vuele, después de dejarlo cacarear.