En una semana dispersa por la crispación política e iluminada por las luces reveladoras del Adviento, la esperanza se retoma como blasón ante la eterna duda. Entre los griegos era venerada bajo el nombre de Elpís, divinidad alegórica trascendida a los romanos con el apelativo de Spes. Fue hermana del Sueño -Hipnos-, la cual deja en suspenso las penas y por tradición de supervivencia emocional «€ es lo último que se pierde». Frente a tanta inquietud, después de una añada sombreada por el código político y sus múltiples giros, recuerdo a Julio Cortázar cuando comenta que esta virtud suprema, junto a la fe y la caridad, le pertenece a la vida puesto es la existencia misma defendiéndose. Son estos días incipientes al principio del cierre de un ciclo los transformadores de la esencia de cada uno. Jane Austen escribió Orgullo y prejuicio y Arthur C. Clarke sentenciaba sobre 2001: Una odisea del espacio. Ambas realidades en la culminación de 2015 siguen vigentes: por un norte alejado, los convencionalismos y la vanidad de quienes nos representan públicamente sin fe ni caridad; por el otro sur, el más cercano, subsiste la perspectiva de comenzar una eterna aventura la cual nos haga acercarnos al concepto de sosiego.

La ciudad se refleja con su propio destello, una bóveda estrellada por estrenar y una creencia machadiana del «hoy es siempre todavía». Hace 115 años, la fragata alemana Gneisenau zozobraba en una tormentosa mañana de diciembre de 1900 contra la escollera del dique de levante. El repicar de las campanas alertan a los malagueños del drama acontecido. Cuarenta y dos marinos alemanes y doce malagueños salvavidas fueron el trágico cómputo hacia un puente el cual recorremos a diario y nos advierte como muy hospitalarios y más cercanos a la esperanza. Que ustedes la profesen.