A mi buzón ha llegado publicidad electoral. No es ningún mérito. No es raro. Lo raro es que no hubiera llegado hasta ahora. La chica que buzonea me dice que los partidos comparten empresa de reparto y que trae folletos y sobres y papeletas de todas las formaciones. Le pregunto si no tiene tentaciones de no repartir las de Podemos. O las del PP. Me mira como un químico letón miraría a un ultraísta en Canarias. O sea, no sé interpretar la mirada. Le digo que es una broma. Me pregunta que qué es una broma. En ese momento la veo ir hacia mi buzón y echarme publicidad de uno solo de los partidos. Le pregunto que cómo ha adivinado mi tendencia política y me mira de arriba abajo y me guiña un ojo. No llevo unas New Balance, ni coleta. No llevo nada naranja, nada pijo, nada de camisa blanca. Sin corbata. No llevo gafas a lo Errejón, ni jerseys de pico Bonilla, ni chaqueta de pana, ni digo Ruiz en vez de ruín. A fuerza de revisar todo lo que llevo me doy cuenta de que estoy desnudo. Ya me parecía raro que la vecina que siempre pondera el buen planchado de mis prendas no me hubiera dicho nada al pasar. Aunque no sé bien por qué, dado que mi piel es tersa y sin arrugas aún. La chica que reparte publicidad por los buzones mete publicidad por los buzones con una efectividad y rapidez digna de encomio. No sé lo que es encomio pero he apostado con dos ateneistas y un poeta a que meto esa palabra en un artículo. Debe venir de encomiable. Es muy encomiable saber la procedencia de las palabras, su filiación. O sea, es encomiable ser filólogo. Tal vez la chica que reparte lo sea y esto sólo constituya un trabajo temporal. Estoy por preguntárselo pero entonces es ella la que me inquiere a mi: ¿sabe si quedan muchos portales en esta calle? No sé qué responder y pensando caigo en la cuenta de que no recuerdo cuándo fue la última vez que conté los portales de mi calle. Se empieza no contando los portales y se acaba no dando los buenos días, ni cortándose el pelo.

Tal vez todo era una pesadilla. No puede ser que una chica que reparte la correspondencia pierda tanto tiempo con un tipo que va en pelotas, no sabe los portales que hay en su calle y además es tan transparente y previsible que todo el mundo sabe lo que vota. Me meto la mano en los bolsillos, que es un gesto mecánico que hago cuando estoy nervioso. Claro que el gesto tiene un problema: no estoy nervioso. Y otro: creía que estaba desnudo, con lo cual no puedo tener bolsillos. En realidad, lo que no tengo es dinero. Ni para tomar café, que supongo que es a lo que iba. A mí no me eches esa porquería, dice don Rodrigo, que es cabezón, filatélico, masón, director de sucursal bancaria y recientemente operado de apendicitis. La respuesta de la chica tiene gracia: enarbola cuatro sobres y dice: a cuál de estas cuatro se refiere. Yo sé que el vecino está tentado de elegir, pero se declara apolítico y ya sabemos que los apolíticos son todos muy derechas. Y disimulados. Salgo a la calle y la chica me grita: no cojas frío.