Parecía enchufado a la red de alto voltaje. Entregado al lado oscuro de la fuerza sin ninguna vocal en su sitio, Pdro Snchz no esperó a que Rajoy, que a veces hablaba como el yoda, desenfundara la espada láser de los recortes para soltarle mandoble tras mandoble en todo el cara a cara. Pero mucho no interesó a la audiencia el duelo, a pesar de haber sido emitido por cuatro cadenas que le dedicaron más promoción previa que la que tiene El despertar de la fuerza. Por eso no le sirvió de mucho a ninguno de quienes terminaron convertidos en púgiles en una mesa camilla. El anterior debate a tres y una se emitió por menos cadenas y tuvo más seguimiento. Se acaba la saga de La guerra de las galaxias bipartidistas.

Quienes advertían del posible tongo, ya que la escenificación de la clásica dialéctica PP-PSOE interesaba a ambos contendientes -seriamente amenazados por los emergidos-, se olvidaron apenas abrió la boca el candidato socialista. Desesperado por consolidarse en su partido, Sánchez pasó de la tierna amenaza fantasma del moderador sobre el contenido que debían tener las intervenciones.

Lo sorprendente es que Rajoy durante toda la primera parte, enrocado y cómodo en su estratégico mantra de la recuperación económica, parecía aguantar el chaparrón impávido, excepto por algunos tics inoportunos que le hacían cerrar un ojo y arrugar la nariz que parecían el inicio de un estornudo.

Y en eso estaba, tomando notitas con la cabeza gacha, cuando, decididamente desbocado, Sánchez le espetó, señalándole con el dedo y a la cara a cara, que era «un indecente». Sólo entonces despertó Rajoy, poco a poco, como un viejo motor diésel, claramente herido.

Es verdad que la tragicomedia no era nueva. En el Congreso ya se habían dedicado semejantes aspavientos el uno al otro, a lo que el Presidente se limitaba a calificar de «patético» por su impotencia para el liderazgo al socialista y pasaba página, encantado de tener a ese chico flojito en la bancada de la Oposición (y sin querer ver, ni tener asesores que le obliguen a mirar, que las cosas no son como uno quiere sino como son). Pero Rajoy tardó en darse cuenta de que no estaban en el Congreso. Él no era allí el Presidente, sólo un candidato frente a otro, y los aplausos siempre garantizados de la tribu no sonaban ante sus intentos de quitarse de encima a quien calificó de «Ruíz», en inoportuna mala pronunciación, y luego de ruin, mezquino, miserable...

No es igual que te digan «indecente» en plano corto y a la cara, que te lo digan en la bulla parlamentaria. Son tremendos esos primeros planos del rostro de Sánchez desencajado y la cara de un Rajoy noqueado y con la contractura de Bárcenas en la espalda.

En el PP critican a un Campo Vidal perdido en un debate que no era ni el formato anterior ni uno nuevo. Eso indica que Rajoy perdió. Pero Sánchez sabe que él no estuvo bien, aunque ganara. Que la fuerza nos acompañe…