Lo mejor del último día de campaña es que el infierno se acaba. No estará muy de acuerdo Mariano Rajoy, a quien no le ha hecho falta explicar que la mejor estrategia es la que no existe. Después de comprobar todo lo que no ha hecho con el programa electoral con el que alcanzó el poder es difícil imaginarse al presidente defendiendo su primera legislatura más allá de la vitrocerámica de Bertín Osborne. Si Rajoy se ha esforzado en alejarse de la realidad durante cuatro años de silencios y desplantes a la opinión pública, sus asesores han conseguido en apenas dos semanas consolidar esa imagen con una estrategia electoral a la altura de su seguridad en Pontevedra o del disfraz hipster.

Para mal o para peor, esta ha sido la campaña de los no debates. Que España sea el país que más crece en Europa desde cualquier perspectiva útil puede ser discutible si se quiere perder el tiempo. Que seamos los que más debates históricos y decisivos en formato Gran Hermano acumulamos por cada mil habitantes en quince días es impepinable. No seré yo quien deslice que estos debates han sido bastante mejorables, por no decir que han sido una basura, pero que los más trascendentales de la democracia sean los que no han llegado a producirse dice bastante del nivel. Las ausencias de Rajoy en los encuentros a los que sí asistieron los principales candidatos a la Moncloa es una estafa directamente proporcional al volumen del líquido desalojado por las omisiones de Albert Rivera, Pablo Iglesias o el desterrado Alberto Garzón en el celebrado hace unos días por una Academia de la Televisión entregada al bipartidismo.

Lo más sorprendente, sin embargo, no es que el candidato que no tiene el valor de enfrentarse a todos sus adversarios recurra al voto del miedo para evitar un cambio. Lo es más que el hombre que vende progreso a golpe de precariedad laboral y recortes en sanidad, educación y dependencia; el autor material de la amnistía fiscal y la ley mordaza; el líder del partido cuya sede se ha rehabilitado con dinero negro mientras se rescataba a la banca a fondo perdido; y el responsable de dinamitar el desafío secesionista catalán haya tenido tiempo, entre tantas ausencias, de convertirse en el mejor presidente español de la historia de Alemania.