El domingo, churros y chocolate. Luego, con algunos de mis nietos a votar. Les contaré lo que significa ir a echar el voto en las urnas después de haber estado toda una eternidad sin poder hacerlo. Nacieron en democracia y libertad y seguro que lo valorarán. Y cuando introduzca mi voto les diré que lo hago, entre otras muchas razones, en defensa de la sanidad pública y universal capaz de hacer vivir a un chaval de 27 años, Carlos Aguilera, que mientras le abrían la cabeza para extirparle un tumor cerebral tocaba fragmentos jazzísticos de Misty. Genial y en Málaga, operación sin precedentes en Europa. Hay que sacar pecho; mirarse al ombligo. Y yo lo hago. Si esta operación se hubiera efectuado en Cataluña, por poner un ejemplo, las silenciosas campanas de Gaudí se tirarían meses tocando a gloria. Y les diré a mis nietos que hay energúmenos capaces de soltar un tremendo uppercut de izquierdas a la cara del candidato del PP, Mariano Rajoy y que no hay mejor antídoto para luchar contra estos dinosaurios de las cavernas que ir y llenar las urnas con nuestros votos. Cuando cierro este artículo me llega la noticia, vía Andorra, de que se superará el 80% de votantes. Aleluya.

Esta campaña ha levantado tantas expectativas que los ciudadanos se convirtieron en los verdaderos protagonistas de la democracia, pero en la madrugada del día 20, cuando el recuento del voto esté a punto de terminar, los protagonistas serán quienes se han batido en larga y apasionante campaña electoral para conseguir el voto y poder gobernar. Loable empeño con dos partidos, el PP y el PSOE, en una baldosa y otros dos, Ciudadanos y Podemos, descolgados aunque habiendo hecho pupa al bipartidismo y que se presentan como imprescindibles para quien quiera ocupar la poltrona de La Moncloa. No me olvido de IU y Alberto Garzón, bravo y solitario luchador en defensa de políticas de izquierdas frente a Podemos especializado en comerle terreno y votos a los socialistas, como su mejor mensaje y su más incisiva propuesta. Iglesias tenía este objetivo entre ceja y ceja, desmemoriado sobre lo que ha significado el socialismo y, como estamos en Andalucía, con descarriados e interesados planteamientos sobre el 4D y el 28F. Pese al cerco de fuego sobre los socialistas y en especial sobre Pedro Sánchez, al que todos daban por amortizado, es la única alternativa de izquierdas con capacidad para gobernar España. Sánchez, en el último tramo de la campaña, sacó colmillo y Podemos vio como sus iniciales perspectivas de liderar el voto de izquierdas se difuminaban ante la ambigüedad de que ha hecho gala su líder máximo.

Ya en casa me coloqué los cascos para escuchar Misty en el saxo de Conner y de Lou Donaldson y, más tarde, en la profunda voz de Ella Fitzgerald y de Frank Sinatra y me vino a la memoria la trepanación hecha a Carlos Aguilera. El domingo podría suceder que muchos votantes sufran la extirpación de los recuerdos en un ejercicio de desmemoria tal y como tiene dicho David Trueba, y que entierren o quieran justificar con su voto el paro y la corrupción, el abandono de las políticas sociales, con recortes salvajes, sobre todo en dependencia y que haya cerca de tres millones de españoles en el umbral de la pobreza. O que con su voto pretendan legalizar la ley mordaza y den por buena la infame reforma laboral. Que el voto dé por bueno y decente el mensaje infiel de «sé fuerte, Luis», las cuentas en Suiza de Bárcenas y el rosario de la corrupción con sus cinco misterios dolorosos: El primero, la Oración en el Huerto de la Gürtel; el segundo, la flagelación con la Púnica; el tercero, la coronación de espinas con Rodrigo Rato; el cuarto, con la cruz a cuestas por el negro Calvario de las cuentas en negro y, el quinto, la crucifixión en las urnas y así hasta el Santo Sepulcro. ¿Habrá resurrección? El domingo a las diez de la noche lo sabremos. De una cosa sí estoy convencido: por mucho que lo pretendan las aguas del Jordán no limpian todos los pecados, ni el río Ganges tiene tanto poder como para purificar tanta mierda.

Con mi voto que no cuenten.